Un breve romance de Facebook
Estimado don Romeo,
Mi nombre (ficticio, claro está) es Maggie. Soy una chica de treintitantos que siempre he vivido entregada a mi trabajo. De hecho, en la oficina tengo fama de ser una ‘workalcoholic’, y uno de los comentarios que más escucho es el consabido “chica, cógelo suave”. Incluso de parte de los jefes.
Bueno, ese es uno de los que más escucho, pero no el que me hacen más a menudo. Este es, “Maggie, ¿y tú no estás saliendo con nadie? ¿Por qué? Una muchacha tan linda y tan alegre como tú”.
Pues tienen razón: hace ya varios meses que no he salido con nadie, ni siquiera en grupo -o en ‘jauría’, como dice una de mis amigas-. Usted sabe, cuando uno se separa luego de una relación bastante larga, que al final se vuelve bastante tormentosa, luego quiere estar tranquilo por un tiempo. Disfrutando de la calma después de la tormenta.
Y la verdad que el fin de mi relación con Fofi -apodo también ficticio- había sido más que traumático. ¿Cómo iba yo a poder seguir con un hombre que había aparecido en todos los programas de noticia de televisión? Lo peor fue cuando proyectaron ese vídeo tan atroz, captado con una cámara oculta, en el cual él aparecía bailando desnudo con una rubia que también andaba vestida de Eva, cada uno con una copa de vino blanco en la mano mientras él llenaba su piscina en plena época de racionamiento de agua.
Pero la gota que literalmente me colmó la copa fue cuando pusieron el audio y se escuchó que ella estaba entonando su versión de La Macarena. Piense usted en una de esas perritas chihuahuas que suelen ser la adoración de las doñas que pesan más de 300 libras. Ahora imagínesela cantando.
La verdad es que quise morir. O por lo menos apagar la televisión.
Luego de guardar el luto que suele guardarse en estos casos -13 días y 13 noches, según leí una vez en Cosmopolitan-, poco a poco comencé a retomar mi vida social, que es el primer paso que uno debe dar, naturalmente, antes de pensar siquiera en volver a tener una vida sexual.
Para resumirle, don Romeo: conocí a alguien. No en persona, claro está, sino en Facebook. El parece que era el amigo del ex novio de una amiga mؙía y, por una de esas cosas de Facebook, terminamos haciéndonos amiguitos cibernéticos.
Todo empezó como algo inocente: vi las fotos que él ponía en su página, me gustó su sonrisa y rápido le di ‘like’.
Y tal parece que a él le impresionaron los comentarios filosóficos que a veces yo ponía en mi página. Como, por ejemplo, “Recuerda que hoy es el primer día del resto de tu vida”, y rápido le dio ‘like’.
Parecía el comienzo de una relación duradera pero, lamentablemente, incluso antes de que acordáramos una cita para conocernos en persona, la cosa se trancó un poco.
¿Cómo lo explico? Bueno, esa sonrisa suya que tanto me había agradado al principio, comenzó a volvérseme insoportable tan pronto vi que la repetía en una foto tras otra: solo, con amigos, con su mamá, con su perrita. Hasta sentado en su inodoro.
No sé usted, pero yo creo que lo primero que tiene que aprender una persona que está empeñada en hacerse un ‘selfie’ o que alguien lo fotografíe varias veces al día, es a variar un poco la sonrisa. De lo contrario, hasta la sonrisa más bella e inteligente termina convirtiéndose en una sonrisa de cretino.
Por otro lado, me imagino que él empezó a cansarse de mis meditaciones filosóficas, ya que un día escribió que lo que yo hacía era repetir las sandeces que ya habían dicho millones de seres antes que yo, tanto en Facebook como antes de que existiera Facebook. O, incluso, la luz eléctrica.
Creo que los dos nos quitamos como amigos de ‘Facebook’ al mismo tiempo.
Así, otra vez solitaria y entregada a mi trabajo, me despido de usted, don Romeo, con otra de mis frases favoritas: “El que siempre piensa a base de frases buenas para memes, termina con el cerebro de un mime”.
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Gracias por escribirme, estimada lectora. Usted no sabe cuánto me ha conmovido su historia. Bueno, pues se lo voy a decir: no mucho.
romeomareo2@gmail.com