Traicionada por su amante
Estimado señor Romeo,
Me llamo Migdalia, aunque todo el mundo me conoce por un apodo que no pongo aquí por razones obvias. Tengo 47 años recién cumplidos. De esos, pasé los últimos 16 y medio inmersa en una relación muy estable con el amor de mi vida.
Su nombre es Antonio y es el jefe de la compañía a la que entré a trabajar tan pronto salí de la Universidad, a los 23 años.
Para esa época yo era una joven bastante ingenua que ni siquiera había tenido novio y me imagino que esa fue la razón por la que me enamoré de Antonio casi tan pronto lo conocí.
Al poco tiempo, claro, supe que era casado -su esposa y sus hijos visitaban a cada rato su oficina- pero ni aun así me desenamoré. Me imagino que yo lo consideraba un sueño irrealizable o una fantasia y por eso no me importó que no estuviera disponible para mí.
Como yo era muy eficiente, a los pocos años Antonio terminó convirtiéndome en su asistente, y eso provocó que trabajáramos más de cerca que antes. Aún así, yo seguía esmerándome en ocultarle lo que sentía por él y creía que lo había hecho bastante bien. Sin embargo, él tenía mucha más experiencia que yo y, al parecer, se había dado cuenta de todo.
Una noche, al salir de la fiesta de Navidad de la compañía, Antonio se ofreció a llevarme a mi apartamento cuando, luego de despedirme de todos, regresé a la oficina para informar que el carro no me prendía.
En el trayecto, mientras manejaba con los ojos pendientes en todo momento de la carretera, Antonio me empezó a hablar con una franqueza que me dejó patidifusa: me dijo que sabía que yo lo quería, que yo le gustaba a él también, pero que estaba casado y quería mucho a su familia. Por consiguiente, me propuso que tuviéramos una relación sin compromisos y sin engaños, hasta donde durara.
Pues así fue. Durante todos esos años, él estuvo visitando mi apartamento religiosamente, dos o tres veces por semana, y estoy segura de que me fue fiel en todo momento… claro, con la excepción de su esposa.
Claro que alguna vez hice un esfuerzo por provocar que fuera solo para mí. Par de veces, por ejemplo, le dije que había conocido a otro hombre y que, en vista de que yo no me estaba haciendo más joven, estaba considerando la posibilidad de acabar con lo nuestro para casarme con él si así él me lo proponía.
En ambas ocasiones Antonio me dio su bendición para que hiciera lo que quisiera, aunque me dijo que me seguía queriendo.
En fin, lo vi sufriendo tanto por mí que me conmovió el corazón y terminé con mis otras relaciones para seguir con él, aun sabiendo que lo nuestro no tenía futuro.
Para resumir, creo que yo hubiera llegado hasta la edad de empezar a coger el seguro social en la misma situación si, hace unas semanas, el propio Antonio no le hubiera dado fin a lo nuestro.
Fue devastador: me citó a comer en un restaurant del interior de la Isla, supuestamente para discutir algo de la empresa, y allí me dijo que su esposa estaba enferma, que ella lo necesitaba más que nunca, y que él ya no se sentía cómodo siéndole infiel conmigo, aunque me seguía queriendo con toda el alma.
Esa noche lloré a chorros y, con tal de que en la oficina no me vieran con esos ojos tan rojos y me canté enferma durante los próximos días.
Cuando regresé, un ayudante de Antonio me informó que me habían ascendido a otra posición: en efecto, mi salario aument?ó, aunque también me mudaron a otro piso y dejé de trabajar cerca de él.
Por último, acabo de enterarme de dos cosas: Antonio se divorció de su esposa, quien al parecer no estaba enferma, y ha empezado a salir -abiertamente- con su secretaria, una chica a la cual le lleva como 30 años.
Así que yo le pregunto, estimado Romeo: ¿Por qué un hombre que una querido tamnto es capaz de hacer una cosa así?
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En efecto, amiga, según mi humilde parecer, no hay nada más censurable que un hombre casado que ni siquiera puede serle fiel a su amante.
Romeomareo2@gmail.com