Los encuentros amorosos
En las comedias románticas al estilo de Hollywood existe lo que se conoce como el ‘cute meet’: es decir, la escena simpática en la que el protagonista masculino conoce a quien al final de la película termina convertida en el amor de su vida, aunque en un principio se repelan mutuamente.
Ustedes saben a lo que me refiero: la chica a la que el muchacho empuja sin querer para meterse primero en el ascensor porque está tarde para su trabajo, y luego, por pura coincidencia, los dos vuelven a verse en la fiesta de cumpleaños de un amigo mutuo.
Ese tipo de cosas.
Algo por el estilo le pasó no hace mucho a un amigo mío llamado Jaime Patricio, de quien ya antes creo haberles hablado: es aquel sujeto que se divorció por la causal de haber acusado a su esposa de haberle pegado las pulgas a Suky, la mascota de la pareja.
A partir de entonces, Jaime Patricio había disfrutado de la típica vida del divorciado feliz: por ejemplo, cuando llegaba tarde a casa por exceso de trabajo, no había nadie que lo calumniara acusándolo de haberse quedado bebiendo con sus amigotes.
Y cuando iba a la playa -frecuentaba la de Punta Salinas, igual que yo-, quedaba impune cada vez que examinaba con detenimiento el abultado contenido de algún bikini desconocido.
Hace par de domingos, sin embargo, regresaba saciado de sol por el ‘parking’ empedrado de dicho balneario, cuando de pronto se topó con la escena siguiente: una muchacha deslizaba un papelito por debajo del limpiaparabrisas del carro de Jaime Patricio, el cual estrenaba una abolladura en el guardafango trasero.
A pocos pasos, otro carro aguardaba con las puertas abiertas a la muchacha, que era rubia, alta y lucía una vestimenta playera tan escasa que debía haberle costado una millonada.
Es decir, la mujer perfecta.
Más aún si a todos esos atributos, según parecía, habría que añadir otro menos importante: era una persona honesta.
Jaime Patricio no era nada lento en sus procesos mentales. Por consiguiente, enseguida dedujo que la chica había chocado accidentalmente su humilde fotingo -su ex esposa se había quedado con el BMW- y que, como buena ciudadana, le dejaba una nota indicándole dónde podían conseguirla.
Con gran caballerosidad, él se acercó por un lado, tomó el papelito, y le dijo: “Ya esto no hace falta, puesto que yo estoy aquí”.
Entonces leyó la nota: “La gente que me ve escribiendo esto se creerá que estoy dejando mi nombre y mi teléfono… los muy pobrecitos. Ojalá que el seguro te lo pague porque, lo que soy yo… nonines”.
Jaime Patricio la miró defraudado.
“¡Ajá!” dijo él.
“Ooops!” replicó ella.
La extraordinaria elocuencia del diálogo quedó abortada por la oportuna llegada de un policía en motora: un hombre grande y fortachón que se bajó, se quitó el casco y le dio un besito en la mejilla a la muchacha.
“¿Te pasó algo, Sari? ¿Algún problema?”, le preguntó paternalmente.
“No, papi. Sólo fue un choquecito sin importancia, ¿verdad, amigo?”, preguntó ella mirando de una forma encantadora a Jaime Patricio.
Días después, cuando me relataba el asunto en el ‘sports bar’ donde me presentó a su nueva acompañante, Jaime Patricio me dijo: “En fin, que así fue que nos conocimos… y hemos seguido juntos desde entonces”.
Es decir: otras dos víctimas de un ‘cute meet’.
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