Lo mucho empalaga
Gustavo había tenido un contratiempo con su gata. Lo había mordido con saña después que finalmente logró agarrarla cuando trataba de escaparse de la casa, y al par de horas ya tenía una mano hinchada y adolorida.
La farmacéutica que lo atendió le previno que debía ir lo antes posible al hospital a que le aplicaran una inyección antitetánica y cuando vio que él se sonreía, como restándole importancia al asunto, agregó: “No lo tome a la ligera. El tétano es mortal. Si no se atiende, puede terminar siete pies bajo tierra”.
Él le contestó que, en su caso, estaba seguro de que no le iría tan mal.
“Si acaso va a ser a cinco pies”, dijo. “Yo siempre he tenido suerte en la vida”.
La mujer soltó una risotada. Y Gustavo, que acababa de concluir una relación sentimental con una mujer que no se reía desde que escuchó las respuestas de las cinco finalistas de Miss Universe en el 2010, resolvió que necesitaba conocer más a fondo a una mujer así.
No tuvo que insistir mucho para que la farmacéutica, que se llamaba Elisa, se apiadara de él y aceptara su invitación a salir.
Durante las próximas semanas fueron al cine, de paseo informal por la playa y par de veces a cenar. En todas esas ocasiones Elisa resultó ser la receta ideal para la inevitable depresión que sigue al rompimiento sentimental.
Por encima de todo, tenía lo que los americanos describen como un ‘sunny disposition’: siempre estaba tan alegre y de buen humor como un día de sol.
Aunque a veces como que exageraba un poco.
Un día, cuando al parecer lo notó un poco serio cuando él pasó a recogerla a la salida de la farmacia, ella le dijo: “Sonríe… y el día te sonreirá a ti”.
Luego Gustavo fue dándose cuenta de que no se trataba de una de esas frases huecas que se leen en los horóscopos, sino que representaba su filosofía de vida.
“No hay nada más bonito que la amistad”, le dijo ella en otra ocasión. Y otra vez: “No hay enemigos… solo amigos en potencia”.
Además, un día que estaba lloviznando, ella opinó que las gotas eran las lágrimas de los angelitos.
Intrigado, él le preguntó: “¿Les llegó la factura de la luz?”.
En otras ocasiones, sin embargo, ella le profería unas frases que a Gustavo le parecían un poco enigmáticas.
Por ejemplo, le dijo una vez: “No lo pienses mucho, déjate llevar… deja que el viento del amor sople tus velas”.
Después de pensarlo por un momento, Gustavo le confesó que no entendía qué era lo que ella le estaba tratando de decir.
Ella le respondió: “De eso se trata. A veces no se deben pensar mucho las cosas, sino dejarse llevar uno por lo que siente, por lo que el espíritu pide”.
Y él le respondió: “Tú debes tener la tarjeta de crédito por las nubes, ¿no?”.
Elisa no le sonrió la bromita. Simplemente le respondió con otra de sus frases: “Nadie es tan tonto como las tonterías que a veces dice”.
Finalmente, otro día ella le soltó la vieja frase de Love Story: “Acuérdate que el amor es… no tener que decir ‘lo siento’”.
Ahí mismo Gustavo decidió que uno también podía llegar al límite de su resistencia frente este bombardeo constante de optimismo y espiritualidad. Pero no hallaba la forma de decírselo.
“Es muy sencillo”, le expliqué después de atenderlo en el ‘sport bar’ que también hace las veces de mi consultorio sobre asuntos del corazón. “No le digas ‘lo siento’, sino ‘hasta luego’… y te cambias de farmacia”.
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