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Las reglas no escritas

 

No sé a ustedes, pero a veces me parece que algunos de esos artículos en los que se ofrecen consejos para las relaciones de pareja no tienen los pies sobre la tierra.
Una cosa es la teoría y otra la práctica, como se dice por ahí.
Tomemos una situación hipotética: en el trabajo, Luisa, la compañera de trabajo de Alfonso, quien además de buena compañera es también una buena amiga hasta el grado de que a veces conversa con él acerca sobre sus asuntos personales, empieza a salir con un individuo que, según ella cuenta, está a punto de robarle el corazón.
Y por supuesto Alfonso la felicita y se pasa haciéndole recomendaciones para que ella tenga éxito en sus planes amorosos.
Pero un día, por fin, ella le presenta a su nuevo amigo, un sujeto llamado Daniel. La sorpresa es que ya Alfonso conocía al tal Daniel, quien había sido su compañero en un trabajo anterior. Y resulta que aquel Daniel era un hombre casado.
Pasan varios días. Durante ese tiempo, Alfonso experimenta un intenso debate interno. Por un lado, se dice, su deber, como amigo de Luisa es informarle a ella que, hasta donde él tenía entendido, Daniel era un hombre casado. Así, ella podía actuar teniendo pleno conocimiento de la situación.
Pero Alfonso no se siente cómodo con ese paso. Aunque no sabe exactamente la razón, su incomodidad se debe a la existencia de un código secreto, una regla no escrita, que por lo regular gobierna la relación entre los hombres. Y bajo esta regla no escrita, un hombre tiene el derecho de considerar un acto traicionero y hasta poco varonil, el que otro hombre se acerque a la mujer con la que él está en plan de conquista y le diga algo que puede terminar acabándole el baile.

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Por consiguiente, antes de hacer nada, Alfonso toma la decisión de comunicarse con Daniel. Por suerte, Luisa le había dicho que Daniel seguía trabajando en la misma oficina en que Alfonso había trabajado antes, por lo que no tiene problema alguno para contactarlo. Con tacto y caballerosidad, le dice que hay un asuntillo que necesita conversar con él, pero que prefiere que no sea por teléfono. Sugiere ambos se encuentren a la hora de almuerzo en algún restaurante o cafetería, pero, sorpresivamente, Daniel le dice que esa tarde él tiene que ir al gimnasio y le propone que se encuentren allí.
Alfonso acepta su sugerencia. Cuando llega, ya Daniel estaba en plena faena, y durante los siguientes 30 minutos Alfonso lo ve partiendo ladrillos con la cabeza y haciendo otras cosas por el estilo. Cuando por fin pueden hablar, Alfonso le dice que sólo le quería preguntar acerca de cómo iban las cosas en su antiguo trabajo.
Para finalizar le pregunta: “¿Y tú familia? ¿Bien? ¿Tu esposa?”

 
Pasan más días. Alfonso sigue remordiéndose por dentro. Por último toma una decisión sublime: le deja a Luisa, quien se sienta muy cerca de él en la oficina, una notitita anónima sobre su escritorio. Luego, horrorizado, él ve cómo ella la lee casi acabando de llegar al trabajo y de inmediato hace una llamada por su celular. Al final, Alfonso oye claramente cuando ella dice: “¿Cómo? ¿De verdad que es mentira, mi amor? Claro que te creo. Lo que no sé es quién sea el imbécil o la imbécil que se haya inventado esta patraña. ¿Como fue? ¿Que tú sí te sospechas quién pudo haber sido? No, no tienes que venir para acá, mi vida. Bueno, pues no conduzcas demasiado rápido, ¿eh?”
Minutos después, Alfonso le dice a su supervisor que se siente indispuesto y se va corriendo a casita. En lo que bajan las aguas, se reporta enfermo durante las próximas dos semanas y sólo regresa cuando se le agotan los días por enfermedad y la empresa le deniega un pedido de sabática por un año para estudiar cualquier cosa… hasta alguna lengua muerta, si es necesario. La cosa es seguir con vida.
¿Que cuál es el punto? No sé… que, en la vida real, a veces es mejor no meterse mucho en los asuntos personales de los otros, aunque sólo sea por estrictas razones de seguridad.

Romeomareo2@gmail.com

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