Enamorado con todo el corazón
Según sus propias palabras, después de divorciarse, Pablito, un viejo amigo, anduvo seis meses sin poder mirar de frente a otra mujer. Todas, por una u otra razón, la recordaban a su esposa.
“Es que tiene el pelo largo, como ella”, decía. O, también: “Es que lleva falda, como ella”.
Al fin y al cabo, tuve que darle terapia intensiva todo un verano en mi consultorio habitual -el ‘sports bar’- antes de que él se proclamara listo para empezar a tratar otra vez a representantes del sexo opuesto.
Tan pronto me dio esta buena nueva, pagué otra ronda para celebrarlo. Acto seguido le pregunté: “¿Ya tienes una candidata o vas a hacer los actos inaugurales ahora?”
Me dijo que sí la tenía: una secretaria de su oficina a la que, según pensaba, él le caía bien.
“¿Qué te hace creer eso?”.
“Bueno”, me dijo, “por la mañana, me da los buenos días, así, con una sonrisa bien amplia”.
Le comenté que era una buena señal, pero que tal vez debía profundizar un poco más en sus acercamientos antes de dar el paso.
“No te preocupes”, me dijo. “Ya estoy trabajando ese caso”.
Pablito era contable. Era completamente lógico, pues, que le echara mano a algunos de los principales atributos de esa profesión -ser metódico, insistente y aburrido- al fraguar la estrategia de su conquista de Margot. Lo primero que hizo, según me contó, fue indagar acerca de su vida personal: como quien no quería la cosa. Le preguntaba a otras secretarias o empleadas que apenas conocía: “De paso, ¿conoces a Margot? ¿Sabes si está casada? ¿Si ha padecido de alguna enfermedad venérea?”
Por alguna razón, me dijo, casi todas lo miraban extrañadas, o le sacaban el cuerpo. Pero a la larga fue confirmando que Margot estaba soltera y sin compromiso. Su descubrimiento más importante fue el saber que varias veces a la semana, al salir del trabajo, ella acudía a quemar calorías haciendo ‘spinning’ en un gimnasio que, según Pablito, quedaba muy cerca de su casa.
¿El próximo paso? Se inscribió en el gimnasio un día que estaba libre y par de veces se metió a hacer ‘spinning’ en horas en que Margot no estaba, para cogerle el ‘feeling’.
Por suerte, aunque llevaba décadas en las que el único ejercicio que hacía era correr hacia la barra para llegar primero cuando abrían el ‘happy hour’, él solo cargaba unas 40 o 50 libras de sobrepeso y se consideraba en una condición física relativamente aceptable.
Así, cuando ya se sintió listo, se presentó al gimnasio una tarde, Margot lo vio y lo saludó efusivamente y hasta se desmelenaron corriendo la dichosa bicicleta fija el uno junto al otro.
Después de par de semanas en esa brega, él se atrevió a invitarla a tomar una cerveza para “hidratarse” y bajar la adrenalina. Ella accedió gustosa y, de ahí en adelante, iban juntos a tomarse una fría cada vez que emergían del gimnasio.
Entonces se estancó la relación. Él empezó a invitarla a salir mientras disfrutaban de esas cervezas, pero Margot rechazó tantas veces sus ofrecimientos que dejó de hacérselos. Una noche, todo alicaído, me confesó que ya estaba a punto de darse por vencido.
“¿Qué, ya no te gusta la muchacha?”, le pregunté.
“No es eso”, me dijo. “Es el dichoso ‘spinning’ ése. Ya he bajado como 15 libras y si sigo, un día de estos me va a dar algo”. Fue entonces que una idea brillante me iluminó el cerebro. Según mis fuentes me lo contaron después, Pablito siguió mi sugerencia al pie de la letra. Tal como yo había supuesto, la Margot solo necesitaba un empujoncito emocional para darse cuenta de que Pablito podía ser el hombre de su vida, o como mínimo de la próxima temporada. Una tarde en el gimnasio lo vio soltar la bicicleta de ‘spinning’, lanzarse al suelo agarrándose el pecho y ponerse a gritar ‘Margot, Margot’.
“Me dicen que la cosa te quedó perfecta, merecedora de un Oscar”, lo felicité cuando fui a visitarlo a la sala de intensivo del hospital par de días después. “Pero, ¿no te parece que quizás exageraste un chin? Acabo de ver a Margot allá fuera y está hecha un manojo de nervios”.
Fue entonces que Pablito me aclaró que su ataque no había sido fingido, sino sincero.
Entonces procedí a felicitarlo aún con más admiración.
“Eso se llama estar enamorado con todo el corazón”, le dije.
Romeomareo2@gmail.com