Blogs: Descaros

💬

El quiere casarse y ella no

 

La otra noche, para variar, al salir del trabajo opté por darme una vuelta por el ‘sports bar’ de la esquina, algo que llevaba casi 24 horas completas sin hacer.
No acababa de ordenar mi habitual ‘Burronazo’ -un trago que es la especialidad de la casa, mezcla de vodka con otra alguna cosa, que puede ser nitroglicerina- y adivinen quién se sentó junto a mí en la barra. Pues, en efecto, se trataba de Robert, quien, al verme, me sonrió sorprendido y me tendió la mano.
No sé si les he hablado antes de él: Robert es un viejo amigo de mis años de Universidad, uno de esos tipos afortunados que aunque nunca completó sus estudios ni se graduó de nada, siempre fue muy emprendedor y arriesgado en los negocios. Así, después de tan sólo un par de quiebras, la pegó con un negocio de camiones que utiliza para repartirle estiércol “de la mejor calidad” a algunos granjeros.
Ahora tiene una casa en Montehiedra y conduce un Volvo tan nuevo que ni siquiera es “del año”, sino del año siguiente.
Pero en las cosas del amor nunca había sido tan suertudo como en las de los fertilizantes y, cada vez que nos veíamos, él aprovechaba para contarme sus cuitas.

sortija
No sabría decirles si lo hacía porque me tenía confianza o, sencillamente, porque él tendía a contárselas a todo el mundo.
Esta vez ya abría la boca para hablarme, pero entonces le sonó el celular ahí mismo: su ‘ringtone’, me percaté, era el famoso tema de la clásica película Love Story.
“Sí, mami”, le dijo a su interlocutora. “Si, ya estoy llegando a la iglesia. Te llamo horita, que ya va a empezar la misa”.
Le eché una mirada estupefacta: “O yo estoy loco”, le dije, “o las iglesias han cambiado mucho últimamente”.
Robert me ignoró con elegancia, pidió un trago -un ‘black russian’, si mal no recuerdo- y bebió dos sorbos antes de sentirse con fuerzas para darme una explicación.
“A ella no le gusta que beba”, me dijo, arqueando las cejas con aire de que ni siquiera hacía falta mencionar de quién estaba hablando.
Yo no estaba para andarme con rodeos esa tarde.
“¿A tu mamá?” le pregunté.
Robert me miró extrañado.
“Bueno… como le dijiste mami”, insistí. “Y esa ‘mami’ a la que no le gusta que bebas… ¿es tu novia?”
“Mi fiancé”, me dijo: a Robert le gustaba darse guille con su vocabulario tan sofisticado, pese a que había hecho su fortuna transportando excremento.
“Oh, ¿y cuándo es la boda?”
Robert lo pensó unos segundos: miró hacia el cielo, bebió dos sorbos… hasta garabateó algunos cálculos sobre una servilleta.
“Mmmm… nunca”, dijo.
Entonces me contó que llevaba cinco años con Melissa y, según le parecía, la relación iba de lo más bien. Ella era una profesional -era contable de una compañía que distribuía pañales desechables no usados- y tenía su propio apartamento en el Condado.
En fin, a veces él se quedaba allí, a veces ella se quedaba en su casa… más compatibles no podían ser: a los dos les encantaban ‘Twilight’ y ‘Law and Order’, y odiaban a Conan O’Brien.

 
Eran tan compatibles que un día, después de pensarlo mucho, Robert compró la famosa sortija y se arrodilló frente a ella.
Melissa le preguntó:
“¿Qué demonios te pasa?”
Robert carraspeó cinco o seis veces.
“Melissa”, dijo, “¿te quieres casar conmigo?”
Ella lo bañó con una mirada que destilaba la más ardiente adoración.
“No”, le dijo. “Pero si quieres dame la sortija”.
“Ah”, dijo él, “¿vas a pensarlo un tiempo?”
Melissa le informó que no había nada que pensar: “Mejor no podemos estar”, le dijo. “Cuando queremos estar juntos, estamos juntos, Cuando uno o el otro quiere estar solo, pues se va a su casita y… punto. No problem… sin ‘stress’.”
Robert le dio un último sorbo bien grandote a su trago que consumía junto a mí en el ‘sports bar’.
“Te confieso que no sé qué hacer”, me dijo. “Esta incertidumbre me está matando. No estamos juntos cien por ciento ni separados por completo. Somos como el ELA… No nos peinamos ni podemos hacernos rolos”.
Le hice el señalamiento, naturalmente, de que en su caso no podía hacerse una cosa ni la otra: él era completamente calvo.
Robert se levantó de su silla y me tendió la mano: “Gracias, Romeo”, me dijo. “Tú siempre tan comprensivo”.

Romeomareo2@gmail.com

💬Ver comentarios