Diente frío
A veces, en busca de relajamiento, me gusta montarme en la lancha de Cataño para visitar el Viejo San Juan, olvidándome así del carro, los tapones y todo lo demás. Entonces camino un rato con las nostálgicas callejuelas, visito uno que otro establecimiento chapado a la antigua -sacándole el cuerpo tanto a los locales de ‘fast food’ como a los chinchorros para turistas-, y luego regreso a la lancha, a menudo con un buen libro debajo del brazo.
Pues la tarde del sábado pasado me encontraba en ese viaje de regreso y hojeando el libro que acababa de comprarme cuando, de buenas a primeras se sentó a mi lado una mujer que en otros tiempos alguien hubiese descrito como ‘despampanante’.
Era una mujer ‘madura’ -es decir, de unos cuarentitantos años- pero de un porte juvenil y elegantemente ataviada con un chaleco y falda estrecha. Claro que yo también iba atavidado de magacín, con mi gorrita de los Yankees, mi camisetita de ‘To Hell with Lady Gaga’ y mis pantuflas de luxe.
Por lo regular cuando ocurre este tipo de milagro vuelve a prendérseme la mecha -ya bastante marchita- de mi pasado como Don Juan de pacotilla, y enseguida paso a saludar y a decir mi nombre.
Esta vez, sin embargo, la muchacha me robó el tiro: “¿Qué? ¿No te acuerdas de mí?” me preguntó.
Para mí que nunca la había visto. Hasta pensé que tal vez ella me hubiera confundido con otro sujeto… pero no me iba a molestar por eso.
Así que le pregunté: “¿Cuántas opciones tengo?”
Ella se echó a reír.
“Bah, te lo voy a decir, porque no vas a pegarla nunca. Soy Lucía… ¿Te acuerdas de Lucía, tu vecina del frente, allá para cuando estabas en la universidad? ¿A la que tú y tus amigos llamaban ‘diente frío’?”
Ahí caí en cuenta de quién era. Y ahora que la miraba bien, vi que en efecto en sus facciones y en algunos de sus gestos sobrevivían algunos trazos de la muchacha flacuchenta y ‘dentúa’ de la que nos burlábamos inmisericordemente años atrás.
“Ah”, le dije. “Has cambiado mucho”.
Ella volvió a reír.
“Espero que para bien, ¿no?”
En fin, la travesía en lancha se me hizo increíblemente corta. En el terminal, Lucía rechazó mi ofrecimiento de tomarnos un café por allí cerca, pero, incluso antes de que se lo pidiera, me puso un papelito en la mano.
“Es mi número de teléfono”, dijo, “por si te interesa llamarme”.
Y nos despedimos con uno de esos castos besitos ‘cachete con cachete’.
Al día siguiente marqué los números.
“Hospital veterinario”, me respondió una ronca voz varonil.
Aturdido, pero aún con esperanzas, pregunté si por casualidad había alguna Lucía por allí.
“¿Humana o cuadrúpeda?”, me preguntó el condenao.
Entonces soltó una risotada y ‘restralló’ el teléfono.
Amigo que me lee en busca de asesoría sentimental de altura, déjeme decirle una sola cosa: nunca llame ‘diente frío’ a ninguna muchacha… es muy probable que ella termine clavándole el diente algún día.
Romeomareo2@gmail.com