Atractivo y desvergonzado
Querido Romeo,
Hace unos cuantos meses abrió cerca de donde trabajo una pizzería naturista llamada ‘Pisa y corre’ y tengo que admitirle que, como soy una mujer amante de las pizzas y de la comida saludable, ya apenas almuerzo en algún otro lugar.
No soy la única.
Con el tiempo, sin embargo, me fui dando cuenta de que había otra gente casi tan fiebrúa como yo: en especial una romántica pareja a la que veía casi todos los días.
El era un hombre alto, canoso y bastante atractivo que, por su forma de vestir, era seguramente un ejecutivo importante. Ella no se quedaba atrás: era una mujer madura, tal vez de treintipico largos, pero conservaba una figura impecable y siempre estaba vestida y peinada como si acabara de salir de un catálogo de modas.
Y siempre se veían tan enamorados -compartiendo amorosamente sus pedazos de pizza, por ejemplo- que deduje que, más que marido y mujer, debían ser novio y novia o amante y…amante.
Nos topábamos con tanta frecuencia que en determinado momento hasta comenzamos a saludarnos de mirada, siempre sonriéndonos con un poco de picardía al percatarnos de que yo debía pensar de ellos lo mismo que ellos posiblemente podían pensar de mí: que éramos maniáticos con la comida y que lo más probable era que, cuando nos gustara un sitio, no dejáramos de frecuentarlo hasta que nos hartábamos del mismo y jamás volvíamos allí.
En fin, hace como una semana, una amiga por casualidad me invitó a la hora del ‘happy hour’ a un pub que ella frecuenta en la Roosevelt y allí me topé con el mismo hombre, en la misma actitud acaramelada de siempre, pero, mientras bebía en la barra, conversaba amigablemente con una mujer que no era la de la pizzería.
Por suerte no me vio… o tal vez sí me vio, pero no me reconoció, o solo le resulté levemente familiar: a la gente se le hace difícil reconocer a un desconocido cuando se topa con él fuera de su medioambiente habitual. Como siempre suelo pensar lo mejor de la gente, todo el tiempo que estuve observándolo me la pasé diciéndome que la muchacha con la que estaba podia ser meramente una buena amiga, o tal vez hasta una pariente cercana o lejana, pero la teoría se me desvaneció cuando, de buenas primeras, él pagó su cuenta, y los dos salieron de lo más campantes, cogiditos de mano.
Al día siguiente, como siempre, volví a verlo acompañado en la pizzería, pero con su pareja original, no la del pub.
Le cuento, Romeo, que casi ni pude terminar mi quinto pedazo ni mi segundo refresco debido al fuego que comenzó a arderme por dentro por haber confirmado la forma tan burda en que aquel hombre estaba engañando a esa pobre muchacha, pero, al fin y al cabo, me dije, no era asunto mío. Mi actitud cambió, sin embargo, cuando vi que la mujer se alejaba para internarse en el baño, por lo que, viendo mi oportunidad, me abalancé sobre el tipo como mosquito que ve la nevera abierta: me le planté al lado de brazos cruzados, esperando que el terminara de masticar un pedazo de pizza, y entonces le pregunté si él también patrocinaba un pub en particular.
Sorprendido, él me dijo: “A veces. ¿Por qué?”
Entonces le conté que precisamente le había visto en uno la noche pasada, acompañado por otra amiga.
Mi expectativa era que, como mínimo, él abriera mucho los ojos en señal de alerta, o tal vez que negara haber sido él. Tal vez, incluso, que le chara el guante a la acostumbrada excusa masculina del hermano gemelo.
Pero no hizo nada de esto.
Al contrario, desenvainó la sonrisa que, según parece, utilizaba para desarmar a las mujeres y me dijo que a menudo pasaba por allí.
“Si tú vas, quizá te pueda invitar a unos tragos. ¿Te parece?”
Lo que hice fue reírme de él y de su atrevimiento, don Romeo, pero poco a poco como me ha empezado a agradar la idea y hasta acabo de comprarme un traje nuevo.
¿Qué me recomienda?
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Recuerda, amiga, que todas las personas somos un mundo y que las estrellas y los planetas tienen designios que a veces no somos capaces de descifrar. Es decir, haz lo que te de la gana.
Romeomareo2@gmail.com