Me encontrarán
“Entonces me invocaréis, y vendréis y oraréis a mí, y Yo os escucharé. Me buscaréis y me hallaréis, porque me buscaréis con todo vuestro corazón. Sí, Yo seré hallado por vosotros, dice el Señor, y haré volver vuestra cautividad, y os reuniré de todas las naciones y de todos los lugares adonde os había arrojado, dice el Señor; y os haré volver al lugar de donde hice que os llevaran en cautividad” – Jeremías 29:12-14
Remontándonos al relato que hice la semana pasada (Un bowl perdido, o la mente en el espacio), la experiencia frente al refrigerador fue una enseñanza que me llevé aquella mañana, no tanto por lo que viví, sino por lo que declara Dios en su Palabra. Esa vivencia me permitió ver más claro lo que enseña la Palabra. Pero no puedo conformarme con el conocimiento. Lo que aprendemos en la Biblia es para aplicación, para nuestra transformación.
Si no ponemos atención a las cosas importantes, aunque las hagamos mecánicamente, no obtendremos el resultado indicado.
En lo que respecta a buscar la comunión con Dios, él no puede ser burlado ni engañado. Él conoce nuestros pensamientos y discierne nuestro corazón. Si nos acercamos a él como un acto ritualista, simplemente para sentirnos bien con nosotros mismos y poder decir que oramos, no vamos a lograr verdaderamente nada. A lo sumo podríamos estar escuchando nuestra propia voz en una letanía, en lugar de escuchar a Dios.
Hay que aclarar que la razón para acercarnos en oración no debe ser con la intención de obtener. Ese es nuestro problema, que en lugar de una relación, lo que buscamos son los beneficios y las bendiciones, pero no a Quien las da.
Cuando digo escuchar no me refiero necesariamente a una voz audible. Muchas personas andan, y yo mismo andaba antes buscando experiencias místicas en el momento de la comunión con Dios. Pero la gran mayoría de las veces Dios habla por lo que ya está escrito en su Palabra. Y creo que nos habla cuando reflexionamos y meditamos sobre esa misma Palabra escrita, y entonces nos da entendimiento, por su gracia, de lo que allí quiso decir. Ocurre muchas veces cuando hacemos el ejercicio de preguntarnos, ¿qué habrá querido decir aquí Dios cuando inspiró a tal o cual autor de uno de los libros o escritos de la Biblia?
Entonces, en el ejercicio de interpretar la Palabra y de meditar en ella, es que Dios se place muchas veces en revelarnos su voluntad, o en darnos un entendimiento más profundo de lo que leemos. Esto a su vez nos alienta a buscar y escudriñar más en sus enseñanzas.
Leyendo hace poco un artículo del pastor estadounidense y autor John Piper, mencionaba que no podemos tener éxito en nuestra lucha contra el pecado y las distracciones, mientras no aprendemos a poner nuestro deleite en Dios. Sencillo, pues si no nos estamos deleitando en Dios, buscaremos nuestra satisfacción en otras cosas. Y tiene razón pues la misma Palabra enseña en el Salmos 37:4 lo sigiuente: “Deléitate asimismo en el Señor, y Él te concederá las peticiones de tu corazón”.
No obstante, vale aclarar aquí que la segunda parte de ese verso no es un cheque en blanco para pedir lo que se nos antoje, pues mucha gente cree que puede pedirle a Dios lo que le venga a la mente aunque esté fuera de su voluntad. Piensan que pueden manipular a Dios con su propia Palabra. Hasta le otorgan más poder a la oración en sí misma, más que al Dios al que se supone que oremos. Pero ese será un tema que abordará la semana que viene.
Cuando el referido verso del Salmo 37:4 dice que nos dará lo que el corazón anhela, es porque Dios sabe que si nos deleitamos en Él, ese deseo del corazón será puro. Y puro no por nosotros mismos, sino por lo que Dios hace en su misericordia en nosotros. De lo contrario, la Palabra nos advierte que nuestro corazón es engañoso.
Jeremías lo declara en el capítulo 17:9-10 – “Más engañoso que todo, es el corazón, y sin remedio; ¿quién lo comprenderá? Yo, el Señor, escudriño el corazón, pruebo los pensamientos, para dar a cada uno según sus caminos, según el fruto de sus obras”.
Así que, el que dirige su vida basado en lo que su corazón le dicta, es como un barco a la deriva, cuyo timón se rompió o quedó sin que nadie lo dirija. Tan engañoso es nuestro propio corazón que observen lo que dice Jeremías 29:8-9: “Así dice el Señor de los ejércitos, el Dios de Israel: No os engañen vuestros profetas y adivinos que viven entre vosotros, ni atendáis a los sueños que vosotros mismos soñáis. Porque os profetizan engañosamente en mi Nombre, y Yo no los he enviado, dice Jehová”.
En cambio, un corazón que se deleita en Dios no va a desear nada impropio o impuro. Si se deleita en Dios, las peticiones de su corazón serán justas y piadosas, no llenas de orgullo o egoísmo.
Y si aprendemos a deleitarnos en Dios, entonces le buscaremos de todo corazón. Le buscaremos con anhelo. De todo corazón es no poner otra cosa por encima. Es buscarlo por lo que Dios es, y no por lo que pueda obtener. Es buscarlo ansiando verdaderamente, una relación con Él y no por cumplir con un ritual. Volvamos a lo que Dios dijo a su pueblo en cautiverio por medio del profeta Jeremías (29:12-14):
“Entonces me invocaréis, y vendréis y oraréis a mí, y Yo os escucharé. Me buscaréis y me hallaréis, porque me buscaréis con todo vuestro corazón. Sí, Yo seré hallado por vosotros, dice el Señor, y haré volver vuestra cautividad, y os reuniré de todas las naciones y de todos los lugares adonde os había arrojado, dice el Señor; y os haré volver al lugar de donde hice que os llevaran en cautividad”.
En resumen, tengo que buscarlo en oración y tener comunión con Dios porque es un mandato. como lo demuestran otros varios pasajes:
- Salmos 27:8 – “Dijiste: Buscad mi rostro. Mi corazón te respondió: Tu rostro buscaré, oh Señor”.
- Salmos 105.4 – “Buscad al Señor y su poder, buscad siempre su rostro”.
- Isaías 55.6 – “¡Buscad al Señor mientras puede ser hallado! ¡Invocadlo mientras está cerca!”
- Amós 5.6 – “Buscad al Señor y viviréis”.
- Amós 5.14 – “Buscad el bien y no el mal, y viviréis, y el Señor sea con vosotros así como decís”.
- Mateo 7.7 y Lucas 11.9 – “Y Yo os digo: Pedid y se os dará, buscad y hallaréis, llamad a la puerta, y se os abrirá. Porque todo el que pide, recibe, y el que busca, halla, y al que llama a la puerta, se le abre”.
Esos últimos tres pasajes son mandatos, pero a la vez contienen enormes promesas de parte de Dios.