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Un bowl perdido, o la mente en el espacio

El diario ajetreo en que vivimos nos tiene en un estado de nervios que no nos permite concentramos en las cosas que hacemos. Es muy fácil que se nos olviden detalles bajo el estrés que experimentamos. Y lo peor de todo, que no le hagamos caso a las cosas que ameritan nuestra atención, por estar pensando en 20 cosas a la vez.

Lo que suele ocurrir es que nuestra mente divaga, mientras las cosas importantes de la vida nos pasan por el frente sin que nos demos cuenta, incluyendo el valioso tiempo.

He escuchado a familiares y amigos exclamar de asombro porque se le están olvidando las cosas, o como suelen decir algunos, les está fallando la memoria. Nos sorprendemos de que eso nos suceda porque pensamos que es algo más común entre personas mucho más mayores que nosotros. Pero me identifico con esto pues me ha sucedido a mí también.

Recuerdo un episodio que viví recientemente en mi hogar. Buscaba un recipiente con cereal y no lo encontraba a pesar de que sabía que estaba en el interior de la nevera. Por ende la abrí y la cerré varias veces mirando de arriba a abajo cada una de las tablillas, sin poder dar con el envase.

Mientras buscaba, mi mente iba a mil revoluciones pensando en otras cosas, menos en lo que estaba buscando. Es cierto que estamos capacitados para hacer, en ocasiones, más de una tarea a la vez cuando no requieren suma concentración. Pero tal parece que en estos tiempos en que vivimos, nos hemos empeñado en imitar a las computadoras y los teléfonos inteligentes que pueden realizar múltiples funciones a la vez.

Y no solo medimos la eficacia de esos aparatos por todo lo que hacen, sino que al parecer hemos querido medir a las personas también por ese mismo estándar. Si bien puede ser un gran atributo, también es uno de los causales del estrés, porque llegamos a convencernos que mientras más proyectos y actividades realicemos, más productivos somos.

Y muchos se vuelven codependientes del producir. Derivan su sentido de realización, en ejecutar y ejecutar muchas tareas y proyectos. Cuando no logran cumplir algo, se sienten improductivos. Lamentablemente, colocaron su identidad en hacer, y no en ser. Ese sería otra tema para otra ocasión.

Lo peor es que enredamos a nuestros hijos en esa práctica, y luego nos rompemos la cabeza preguntándonos por qué tanto estrés. Los registramos en equipos de béisbol, baloncesto o fútbol, en clases de karate, Niños Escuchas, clubes de robótica, y encima tienen que cumplir con sus clases mientras nosotros también estamos en el trabajo, cursando una maestría, y corriendo como desquiciados para cumplir los deberes del hogar.

Ya lo dijo mi pastor en una ocasión… por supuesto que hay muchos casos de niños con déficit de atención en el presente siglo. Es precisamente de lo que adolecen, pues no tienen la atención de sus padres. Pero eso es tema para otra ocasión.

Mi búsqueda de aquel recipiente en el refrigerador, recuerdo que no prosperó hasta que me percaté que estaba sumergido profundamente en pensamientos, en otro asunto, en una preocupación. Al punto de que mis ojos no parecían coordinar ni percibir lo que estaba mirando frente a mí.

Estaba viendo con mis ojos, mas no observando, porque mi mente y mis pensamientos estaban por completo en otro lugar, no allí frente a mi nevera.

Esta experiencia tan simple del diario vivir, me llevó a meditar en que por esa misma razón es que tantas veces deseamos tener comunión con Dios o deseamos entender algo de su Palabra, pero no lo entendemos simplemente porque nos acercamos a él, no con un corazón dispuesto en atenderlo, sino pensando en miles de cosas. Abordamos ese tiempo de devocional o de comunión, con la prisa que tomamos otros asuntos de nuestra vida.

Nuestro cuerpo puede estar ahí, pero nuestra mente anda en el espacio. Podemos estar en actitud reverente, incluso arrodillados, pero se vuelve en un ritual externo y vacío pues nuestro espíritu anda corriendo por otros lugares mientras la mente está enfocada en los problemas, las deudas, las enfermedades, las preocupaciones, o incluso en el pasatiempo favorito o la tarea que tenemos pendiente más adelante.

Aquel día frente a mi refrigerador, no fue hasta que me concentré y me obligué a mí mismo a detenerme a pensar y preguntarme ‘¿qué fue lo que vine a buscar a la nevera?’, que pude recordar lo que estaba buscando. Tan pronto me contesté a mí mismo, ‘ah, ok, era el envase con el cereal’, fue como si la mente hubiera enviado a mi vista una imagen que pareara con lo que estaba buscando. El resultado fue instantáneo. Tan pronto reaccioné y llegó a mi mente el recuerdo del envase con cereal, mi vista lo distinguió entre los otros artículos que estaban allí frente a mis ojos y que tantas veces antes había visto esa mañana.

La Palabra de Dios dice en Jeremías 29.13, “Cuando ustedes me busquen, me hallarán, si me buscan de todo corazón”. Aunque ese mensaje fue escrito por el profeta Jeremías a líderes del pueblo de Israel que se encontraban en el exilio en Babilonia, lo cierto es que cuando realmente buscamos a Dios en oración con un profundo interés de dedicarle tiempo y deleitarnos en su presencia, lo que recibimos es una gran bendición en la revelación que nos da. Es como si Dios se complaciera tanto en tener nuestra atención, que entonces se animara a compartirnos más de su ser.

¿No es eso lo que nos sucede cuando vemos que alguien pone toda su atención en nosotros y nuestro mensaje? Creo que muchos deben saber lo desagradable que es estar conversando con alguien y de repente darse cuenta que esa persona no nos está atendiendo. En algunos casos nos molesta tanto esa actitud, que optamos por cortar la conversación. Pero si vemos que la persona nos atiende con interés, eso nos causa deleite, nos anima a compartir información y a continuar conversando con los demás.

En la próxima ocasión veremos qué dice la Biblia acerca de las promesas que les esperan a los que buscan a Dios de todo corazón.

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