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Bullying en la casa de oración

Bullying

NotaOctavo de una serie sobre el tema del abuso espiritual, término adoptado por teólogos cuando ocurre acoso moral en el contexto religioso.


 

Algunos sociólogos y sicólogos exponen que cuando ocurre abuso o violencia en el ámbito del trabajo, toma el nombre de acoso moral o acoso laboral. Resulta interesante que precisamente un sicóloco y siquiatra, Heinz Leymann (1932-1999), fue quien primero definió en el siglo XX el problema del acoso moral en el empleo, y para definirlo utilizó un término muy particular asociado a los animales.

Antes que Leymann, el etólogo y zoólogo Konrad Lorenz (1903-1989) había utilizado el término “mobbing” para describir el comportamiento de ciertas especies animales que se alían unos con otros para destruir o devorar a uno de sus individuos más débiles.

Leymann entonces adoptó dicho término de “mobbing” para definir el acoso moral, a la vez que subrayó la semejanza de dicha conducta de algunas especies ANIMALES, con la de los seres humanos cuando se confabulan con otros para perpetrar un daño sistemático a uno de sus pares, ya sea en el contexto laboral o escolar.

De hecho, Leymann empezó a estudiar el fenómeno en la década de 1960 cuando vio dichas características primero en el entorno escolarentre compañeros de estudios (“bullying”), y dos décadas después al observar las mismas señales en el ambiente de trabajo.

María José Edreira escribió en el 2003 el artículo “Fenomenología del acoso moral” para la revista Logos: Anales del Seminario de Metafísica, de  la Universidad Complutense de Madrid. Y su trabajo aborda el tema del acoso moral en el trabajo.

En el artículo, señaló que el proceso por el que se genera violencia es igual en las relaciones personales de pareja y familia, que en las relaciones laborales o en cualquier otro ámbito social. Aunque Edreira no lo menciona, al apuntar a cualquier ámbito social, debemos incluir la iglesia, pues forma parte también de la sociedad.

“El acoso moral en el trabajo tiene como objetivo intimidar, reducir, amedrentar y consumir emocional e intelectualmente a la víctima para eliminarla de la organización…”, (Edreira, 2003).

Ese mismo fenómeno es el que hemos visto a lo largo de nuestro estudio sobre el abuso dentro del contexto espiritual. Y al igual que los estudiosos del acoso moral o laboral señalan que existen unos aliados al líder que hostiga a la víctima, en las iglesias enfermas ocurre lo mismo.

Por ejemplo, sucede cuando hay personas que se escandalizan porque otro miembro objete la veracidad de lo que dice un líder, aun cuando vaya en contra de la Palabra de Dios. También ocurre cuando un miembro de la congregación señala una irregularidad en la comunidad de fe, aunque se trate de un delito como acoso o abuso sexual, y los líderes quieren mantenerlo callado.

Entonces comienzan un patrón de rechazo, condenación, en el que varios se ponen de acuerdo para imponer códigos de silencio y hacer que la víctima se sienta aislada. En sistemas religiosos enfermos, no se acepta que alguien cuestione en base a la Biblia lo que dice el pastor o el líder espiritual. Tampoco se acepta que alguien señale los problemas.

Perfil de la víctima

Al hablar del perfil de la víctima, hay varias cosas sobre su personalidad y su trasfondo, que al igual que en el caso del victimario, hay que considerarlas para entender por qué actúa como tal y por qué se convierte en víctima.

Hay dos características que muestran por qué estas personas llegan a convertirse en blanco del abuso espiritual, y una tercera que habla acerca de cómo actúan cuando están siendo maltratadas.

Según lo expone Elizabeth Rivera, del Centro de Consejería El Sendero de la Cruz, la primera es que algunas tienen una pobre relación con Dios, ya que para desarrollar esa relación con el Padre, dependen de terceros, y no de establecer una relación personal con Dios. En gran parte de los casos, esos terceros serán el pastor u otros líderes de la congregación.

“Dependen de ir a la iglesia un domingo que otro; llegan tarde a escuchar un mensaje, y después se van. Me atrevería a asegurar que ni siquiera han tenido un encuentro personal con el Señor. Están en la iglesia por uso y costumbre, pero no porque tienen una experiencia personal con Dios”, postuló la pastora Rivera.

La otra característica, que habla más del trasfondo de la víctima, es que tiene una necesidad de sanidad interior porque carga unos conflictos que arrastra desde la niñez. “Una de las cosas es la trayectoria de la persona, sus necesidades y carencias. Necesita sanidad interior y fortalecerse a nivel emocional”.

Lo grave de esto, cuando esas carencias y necesidades no se han atendido antes, es que el ser humano busca llenar esos vacíos en una relación dañina. Del otro lado, el victimario se aprovechará de la necesidad de la persona y de la confianza que ha puesto en el líder, para explotarla y obtener beneficio propio.

La pastora Rivera recuerda un caso que atendió en consejería, de una dama cuyo pastor comenzó a devaluar  la figura de su esposo. La mujer venía de un pasado tormentoso. Cuando niña su padre la abandonó y quedó al cuidado de su madre. En una ocasión, su madre la dejó a cargo del cuidado de su hermano menor, y mientras la niña se encontraba realizando una tarea, el infante menor cayó en un envase con líquido y murió ahogado.

Aparte de ese trauma de la niñez, siendo adulta arrastraba un divorcio en un primer matrimonio por culpa de un marido maltratante. Su segundo esposo, era un cristiano casual que no estaba comprometido y no cumplía con sus funciones como cabeza del hogar.

Al ver esto, el pastor abusivo se aprovechó de la situación de la mujer para comenzar a minar la credibilidad de su segundo esposo ante ella. El primer acercamiento indebido del pastor ocurrió una noche en que el auto de la dama se averió bajo un fuerte aguacero al concluir la reunión en el templo. El pastor se ofreció a llevarla a la casa en su vehículo, pero de camino fue bombardeándola con comentarios en torno a la irresponsabilidad del marido al dejar sola a su mujer, tarde en la noche, embarazada, y bajo la lluvia.

Agraciadamente ella no cayó en la trampa, pero verse a sí misma en este tipo de situación le causó traumas emocionales. Poco a poco se dio cuenta que el pastor había hecho lo mismo con otras mujeres de la congregación. Lo descubrió porque al igual que ella, las notó retraídas y con un cambio en su estado de ánimo. Otras, sí habían caído en la trampa de la seducción.

La tercera característica de las víctimas se manifiesta una vez ya han sido objeto del engaño, de la manipulación o del abuso: se paralizan.

“Es el mismo síndrome de la mujer víctima de violencia doméstica y de maltrato sicológico”, dijo Elizabeth Rivera, en cuyo Centro de Consejería se atienden con frecuencia este tipo de casos.

“(La víctima) sabe lo que está ocurriendo, pero se paraliza. Yo le llamo “la mordida de la serpiente”. La serpiente muerde a la presa y el veneno paraliza todo su sistema neurológico. La presa sabe y está consciente de lo que está pasando (el daño ocasionado), pero no se puede mover porque paraliza todo su funcionamiento. Y la serpiente se va tragando viva a la presa”.

Esta analogía sirve para establecer que lo mismo ocurre en los casos en que la manipulación y maltrato terminan por ocasionar daño emocional en la persona. La víctima se siente mal; en su interior sabe o se da cuenta de que hay algo raro con el trato que recibe, pero se le hace difícil salir del ciclo de abuso.

Hay un aspecto importante que se debe considerar, y es que como señalan la pastora Elizabeth Rivera y el pastor Luis D. Rivera, hay cierta responsabilidad en la oveja. No es que la víctima sea culpable del abuso espiritual. La víctima nunca será la culpable de haber sido maltratada.

Johnson y Van Vonderen aclaran que en toda situación de abuso espiritual el único culpable es el victimario. Pero como exponen ambos consejeros pastorales que entrevisté, las ovejas sí tienen herramientas para evitar ser abusados, o al menos para salir del ciclo del abuso tan pronto identifiquen las señales.

Lo terrible es que algunas personas no saben reconocer que han sido abusadas, ya sea en el ámbito religioso, el laboral o en la escuela, y llegan a pensar que el trato que reciben es algo normal. Esto lo veremos con más  detalles al final de la serie, cuando presentaré la conclusión y los resultados de un cuestionario que repartí entre alrededor de 200 personas.

Por un lado, como plantea Elizabeth Rivera, no se puede delegar nuestra relación personal con Dios en otras personas, ni la responsabilidad de estudiar y profundizar en las Escrituras. Y como plantea Luis D. Rivera, resulta un problema que las personas basen su sentido de valor y aceptación, en aceptar cargas de trabajo inhumanas, por el simple hecho de caer bien y no ser rechazados.

 

Tomado de la tesis El velo de la iglesia ante el abuso espiritual, como requisito de grado para Vision International University of Florida (2011)

 

Otras entradas de la serie:
  1. Ciegos aunque vean
  2. Testigos del maltrato
  3. Cristianos, ¿indiferentes?
  4. Tiempo de celebrar la sanidad

 

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