El apagón… apagó mi quimio y apagó los corazones
“Algunas veces Dios nos permite caer de espaldas para que miremos al cielo”.
El pasado miércoles, día en que comenzamos nuestra quimioterapia, las cosas en la oficina de nuestro oncólogo comenzaron bastante sufridas para algunas de las compañeras.
Una de las compañeras llegó deshidratada pues la quimio anterior la tenía vomitando todo lo que se comía y con diarreas. “Me siento como si me hubieran molido a palos, me duelen hasta las uñas”, me comentaba.
Luego llegó otra de las muchachas con toda la cara y partes del cuerpo enrojecido por la reacción de uno de los medicamentos de la quimio. “Tengo la piel que hasta la brisa me duele”, me decía todo adolorida.
Más tarde entró una de las más jovencitas del grupo con un intenso dolor en los brazos. Estaba con un vendaje en cada uno de ellos para aliviar un poco el dolor. “No puedo levantar los brazos ni para comer, es horrible”, me indicaba casi llorando.
Y así comenzamos nuestras horas de infusión en nuestra querida sala. Cada uno envuelto en sus cosas, conversando con los otros compañeros o simplemente viendo las gotas bajar de los sueros.
Como a eso de las tres de la tarde la oficina se quedó a obscuras pues se fue la luz. Hubo un apagón. Afortunadamente, al cabo de unos minutos todo volvió a iluminarse ya que se activó la planta eléctrica de la oficina.
Mi esposa me envió un mensaje de texto al teléfono diciéndome que para Trujillo Alto se había ido la luz y que los comentarios en las redes sociales hablaban de un Apagón General, o sea, en toda la isla.
En la sala de infusiones solo quedábamos Roberto y yo inyectándonos los últimos medicamentos de ese día. Yo estaba preocupado con lo del apagón ya que tenía que salir hacia Trujillo Alto y me sentía agotado luego de seis horas de quimioterapia. Además, de que nos conectan una bomba de infusión portátil por 48 horas que nos sigue inyectando químicos.
Después de un día de quimio el cuerpo lo que pide es descanso y relajamiento.
La ruta hacia mi casa fue bastante errática por los tapones y la congestión vehicular en los semáforos. Pudo haber sido peor, pero llegué bien.
Una vez en casa no hubo descanso ni relajamiento por todo el trastorno que causa un gran apagón. Hubo que correr a implementar todas las medidas propias de una crisis, sin perder tiempo, pues la noche ya estaba cerca.
Horas después cuando ya todo lo que podíamos hacer se había hecho, me dejé caer en el sofá de Jack que está en el balcón. Me puse a mirar el cielo y a pensar, y a pensar. En lo que tengo, lo que ya no está conmigo, en lo ganado y en lo aprendido.
Colgué mis sueños, mis quimeras y mis ilusiones en las estrellas y me fui a dormir acompañado de una sinfonía de insectos y pajaritos. ¡Gracias a Dios que no fue de plantas eléctricas!
Al otro día cuando recuperamos por un rato el servicio de energía eléctrica sintonizamos las noticias y todo era un caos.
Las personas estaban indignadas y quejosas. Se quejaban de todo y por todo. La indignación era la orden del día.
¡Nuestra gente, nuestro pueblo!
Unos se indignan porque no tienen hielo para beber agua fría,
otros se indignan porque no tienen Facebook,
otros se indignan porque no tienen internet,
otros se indignan porque no tienen cable tv para ver la novela de las 7:00 pm,
otra se indigna porque tiene que hacer una larga fila para comprar hielo y le duele el hombro,
y así, interminablemente, seguimos con la procesión y la caravana de indignaciones.
Y no nos indignamos por el grito del anciano, del enfermo y del niño que están conectados a las máquinas para poder vivir. Esos quejidos no existen, son invisibles, los ahogamos en la indiferencia.
El dolor y el sufrimiento del necesitado no nos indigna porque no lo conocemos, porque no es nuestro, porque pertenece a lo lejano.
Nos indignamos por lo hueco y lo vacío, por lo vano y lo superfluo,
y nos hundimos en un pantano de contradicciones e incongruencias.
Pero no nos indignamos por la falta de verdad, de honestidad, de empatía, de solidaridad, de humildad, de piedad, de bondad, de espiritualidad, de cristiandad y de misericordia.
Pero no nos indignamos por la falta de AMOR.
“…en este pueblo viejo donde no ocurre nada,
todo esto se muere, se cae, se desmorona,
a fuerza de ser cómodo y de estar a sus anchas.
¡Piedad, Señor, piedad para mi pobre pueblo donde mi pobre gente se morirá de nada!”
“¡Puerto Rico, burundanga!”
El apagón dejó a obscuras los campos y las ciudades, pero más triste aún, apagó los corazones. Esa fue la verdadera crisis, el verdadero apagón.
Cuando Dios nos hace caer de espaldas para que miremos al cielo, no es solo al cielo de las estrellas y los planetas, sino, al Cielo donde habita el Dios de la Vida.