Somos guardianes de nuestra mente. Estamos en constante vigilia para que el enemigo no nos asalte por sorpresa.
Yo tengo cáncer y constantemente tengo que hacer intensos ejercicios mentales para explicarme la situación, no caer en depresiones agudas y mantener el enfoque en las acciones positivas que me ayudan a llevar una vida sosegada y tranquila.
Pero, ¿cuán tranquila puede ser mi vida? Porque el tener consciencia de mi enfermedad me perturba, me crea inestabilidad y corta mi proyección de tiempo y espacio. Esto es, el acecho de la muerte temprana es difícil entenderlo como parte de un proceso natural de vida. Es como vivir mi propio funeral, consciente y en plenitud de mis sentidos. Es ver una vela derretirse con el fuego de su propia llama. Me corta la visión, me nubla el firmamento y se desdobla mi horizonte.
Me doy a la tarea de trabajar con esta situación porque los seres humanos no toleramos las crisis sicológicas, siempre buscamos el balance, la simetría. Mi vida cambió en un segundo, esto nos demuestra su fragilidad, ésta pende de un hilo muy fino.
La conciencia del cáncer le aporta otra dimensión a la crisis, una dimensión de tiempo. La mente interviene para traer a colación la limitación de tiempo por el cáncer y esta condición puede ponerle fin a mi vida pronto.
Sin embargo, me enfrento a una situación, la resuelvo y experimento felicidad. Y así continúa esta cadena de momentos de felicidad interrumpida con momentos de dolor. Lo que no puedo es hilvanar solamente los momentos de felicidad pues no se dan de forma lineal. Éstos se dan en combinación, no en secuencia ni por separado, son dinámicos, se entrelazan y se cruzan constantemente.
Pero es irónico, ya que esa misma imposibilidad de proyectarme a largo plazo me obliga a pensar y a vivir en el presente. Es más, en la medida que ese temor se recrudece me empuja cada vez más al hoy y al ahora. Entonces la posibilidad de la muerte cercana me lleva a quedarme en mi presente. Uno evita pensar o planificar cosas que no tengan inmediatez.
Es común experimentar la satisfacción que proporciona un problema resuelto y de repente caer en un trance de añoranza. Añoranza ante la posibilidad de que estos momentos de felicidad puedan terminar de un momento a otro.
Me pregunto, ¿el convencimiento de la importancia del hoy es por una toma de conciencia amplia y profunda de mi existencia, o por lo finito de mi existencia ante la cercanía de la muerte?
El anclarme en el presente es tan malo como anclarme en el pasado. Es la paralización por el miedo. Es el miedo de no poder controlar la producción de los malos pensamientos.
Estas cavilaciones se dan en el plano humano sin el amparo o el auxilio de la fe cristiana y la religión. Sin la fe en Dios y sus promesas y sin la confianza en la vida eterna. Y sin la paz y la fortaleza que nos brinda el creer en el Señor.
Dios es el Principio, o sea, comienzo. Dios es el Principio, o sea, fundamento, máxima e imperativo categórico. Y con el Principio viene el creer, pues todo comienza con creer y tener fe en el Dios de la Vida, para que todo obre, para que todo se dé y tenga razón de ser.
Es mi decisión, ser feliz hoy y ahora, y en esa secuencia de momentos de felicidad proyectar mi futuro. Desde mi nuevo presente proyectarme hacia el mañana. Siempre utilizando como punto de partida mi hoy, mi ahora y mi aquí. Sin alimentar miedos y temores y sin vivir en el ámbito de la incertidumbre.
Decidí confiar en mí, en mis atributos y capacidades. Y decidí confiar en Dios, en su gracia y misericordia. Y con la fortaleza y la paz que este vínculo me brinda, construir mi hoy, mi mañana y mi felicidad.
¡Divino Niño Jesús, que mi corazón sea el pesebre de tu amor!