La sala de infusiones donde nos dan las quimioterapias es un mundo surrealista.
La oficina de nuestro oncólogo está abarrotada de pacientes. Somos tantos, tan distintos y tan iguales en nuestra travesía, en nuestras expresiones, en nuestras miradas y en nuestras esperanzas. Es un amplio abanico de matices.
No leo sus pensamientos, pero deben ser iguales los de todos nosotros. Debe ser la misma danza en nuestras mentes.
Somos iguales, descalzos y desnudos en nuestra fragilidad humana.
Conversamos como muchachos, sí, porque aquí no existen edades, ni razas, ni colores, ni nacionalidades, ni niveles socioeconómicos, ni sexos. Conversamos llenos de vida y esperanzados de recuperar nuestra salud, hablando de nuestros procesos y de nuestras travesías.
Hablando de nuestras operaciones, de la herida más larga, de los tipos de cirugías, de las radioterapias, de las quimioterapias y de nuestras situaciones. De una forma coloquial y amena, tranquilos, relajados y alegres. Hablando sin miedos y ebrios de fe y confianza. Sin permitir ningún atisbo de preocupación, sin permitir que el temor usurpe el lugar de la esperanza.
Luego, el silencio y las miradas cristalizadas en el infinito, descansando del fragor de la tertulia. Miradas cargadas de nostalgia y melancolía pues quieren recrear el mundo. Dice Víctor Hugo que “la melancolía es la felicidad de estar triste”.
Tenemos que regresar al centro de nuestro ser dónde están las verdades, dónde nacen los amaneceres, dónde mora la divinidad, dónde transformamos los miedos en fe y confianza en Jesucristo y en nosotros mismos.
Vuelve la danza interminable de pensamientos. Esta sala de infusiones es un mundo surrealista.
¡Yo tengo cáncer y elegí ser feliz!
En los próximos días seguiremos conversando sobre este hermoso Proyecto de Vida.