El precandidato presidencial demócrata, Bernie Sanders, representa una amenaza para la élite que controla al Partido. Derrotar a Trump es secundario cuando se sopesa con la posibilidad de que Sanders tome control del Partido Demócrata. Los elitistas no quieren que Sanders haga lo que hizo Trump al Partido Republicano. Evitan ser desplazados por un movimiento político cuyos intereses no son comunes a los de la élite.
Por esto, los medios de prensa liberales no paran de atacar a Sanders. No es lo mismo que forme parte de un movimiento incapaz de amenazar la hegemonía de la élite demócrata, a que sea el posible candidato a presidente de EEUU del Partido Demócrata. Prefieren hacer relaciones públicas a un Joe Biden viejo, olvidadizo, despistado y sin carisma que permitir que Sanders sea la cara del Partido.
No se trata de que expulsen a los socialistas ni a los progresistas, pues bastante provecho electoral le han sacado a estas ideologías. Lo que no quieren es ser desplazados y opacados por una minoría ideológica que no los dejará operar como siempre lo han hecho.
Convencer a los precandidatos presidenciales moderados para que se retiren de la contienda, lograr que haya un monopolio mediático a favor de Biden, resucitar a un muerto político para que sea el nuevo Hillary Clinton, no son movidas victoriosas, sino formas de perder para ganar. Evitan una victoria pírrica, pues Sanders no representa los intereses ni el modo de operar de la élite.
Si Sanders ganara la contienda interna, fortalecería a los socialistas “democráticos” que poco a poco ganan escaños en el Congreso. Para detenerlo, usaron todos los recursos disponibles, incluso tácticas dudosas moralmente, aunque legítimas electoralmente. Aislaron a Sanders y evitaron diluir el voto. Consolidaron los votos en torno a Biden.
Con tan solo obtener un porcentaje mayor al 15% se obtienen delegados. Biden no tiene que ganar los estados restantes. Puede solo obtener un porcentaje lo suficientemente significativo para beneficiarse de la distribución de los delegados de forma proporcional. Tiene a los superdelegados de su lado listos para votar por él en la Convención del Partido Demócrata.
Sanders tiene poca probabilidad de obtener los 1991 delegados que se necesitan para evitar ir a una votación negociada en la que participen los superdelegados o delegados no electos en primarias. Está en jaque, pero no es porque Biden tenga más carisma o popularidad, sino porque no goza del apoyo de la élite que quiere a un presidente marioneta.
Es poco viable que Sanders pueda ganar en un uno contra uno, desventajado, con menos delegados y sin apoyo de los superdelegados. Esta vez no hubo los señalamientos de fraude electoral y de elecciones amañadas que hubo en el 2016. Sanders es derrotado dentro de un marco legal, pero poco persuasivo como para que sus seguidores apoyen a Biden si finalmente es el candidato a presidente por el Partido Demócrata.
Esto implica que la élite demócrata prefiere perder la elección general contra Trump, antes que perder el control del Partido. Su poder e influencia es más importante a largo plazo. Es decir, se resignaron a la idea de que Trump será reelecto, pero se reconfortan sabiendo que tienen otro turno al bate en el 2024 y que cada dos años se renueva parte del Congreso.
Sanders no tendrá otra oportunidad, pues está muy viejo y enfermo. Habrá que dar seguimiento para ver si los socialistas “democráticos” sobreviven las primarias del Partido, y las elecciones generales y de medio término. La probable segunda derrota de Sanders muestra que son derrotables y que su fuerza no es tan significativa como la de Trump al interior del Partido Republicano.
Es irónico que Trump, probablemente, no tenga que enfrentar y derrotar a Sanders, pues frecuentemente afirma que EEUU nunca será un país socialista. Los elitistas demócratas se encargaron y en el proceso sacrificaron una elección presidencial. Sin querer queriendo, y por las razones equivocadas, hicieron un bien a la Patria.