Trump no permitirá otro Bengasi
Parece que quienes lloran la muerte del general iraní Qasem Soleimaní no se han enterado de quién era o simpatizan con el terrorismo de Estado y el terrorismo islámico. El presidente de EEUU, Donald Trump, ordenó un ataque contra un convoy en el cual viajaban varios jefes de milicias financiadas por Irán. Uno de los fallecidos fue Soleimaní, el comandante de la Fuerza Quds, un brazo paramilitar de élite de la Guardia Revolucionaria de Irán. Irónicamente, murió del mismo modo que murieron cientos de soldados americanos y civiles de diferentes países de Oriente Medio; fue desmembrado por la explosión. Soleimaní promovía el uso de artefactos explosivos improvisados (IED, por sus siglas en inglés) en Afganistán, Irak y en otras zonas de conflicto. Recibió una cucharada de su propia medicina.
El ataque contra el convoy no fue una violación a la soberanía de Irak ni un acto de guerra contra Irán. Fue un objetivo militar legítimo, porque Soleimaní era el responsable de cientos de ataques contra las fuerzas americanas. Hubo aproximadamente 600 soldados americanos muertos en estos ataques. También, se sospecha que fue uno de los coautores del ataque a la embajada de EEUU en Bengasi, Libia, realizado el 11 de septiembre de 2012. Además, planificaba un ataque a la embajada de EEUU en Bagdad, Irak.
La pregunta de los 64 mil chavitos que todo periodista debería hacerse es por qué Soleimaní estaba en territorio irakí, en un convoy con líderes de organizaciones armadas vinculadas al ataque reciente a la embajada de EEUU. Acababa de llegar desde el Líbano o Siria, dos países en los que opera la organización terrorista islámica financiada por Irán, Hezbolá. Llegó al aeropuerto de Bagdad, que queda cercano a la Zona Verde en la que ubica la embajada de EEUU. Su desplazamiento muestra que se sentía seguro y protegido por sus aliados irakíes. Es decir, solía viajar a Irak con la protección de las milicias que persiguen desestabilizar al gobierno irakí y desplazar a los americanos.
El general Soleimaní era el principal líder militar en la guerra asimétrica o guerra no convencional contra EEUU. Lo consideraban el segundo al mando en Irán, luego del máximo líder supremo de la teocracia iraní, el ayatolá Alí Jamenei. Era considerado más peligroso que cualquiera de los líderes de todas las organizaciones terroristas islámicas del mundo. De hecho, era un terrorista de Estado y, a la vez, un terrorista convencional.
Es responsable de la muerte de miles de civiles y de militares de diferentes países. Aterrorizaba a la población iraní opositora al régimen teocrático y aplacaba las protestas en Irán con tácticas extremadamente violentas. En las protestas recientes contra la presencia iraní en Irak murieron cientos de civiles y hubo miles de heridos. Eran las protestas con más muertos y heridos en todo el mundo. Las milicias chiíes vinculadas a Soleimaní atacaban a los civiles.
Detener a Soleimaní era necesario, antes de que orquestara nuevos ataques cuyo objetivo fueran ciudadanos americanos. Trump es el comandante en jefe de las Fuerzas Armadas de EEUU y su deber es proteger la vida de los americanos. Le advirtió a Irán que respondería si mataba a cualquier americano. Una cosa es que no sea un guerrerista ni apoye un cambio de régimen por vía militar, y otra es que se ponga en peligro la seguridad de cualquier jurisdicción de EEUU y la vida de cualquier ciudadano de la Nación.
Las líneas rojas que traza Trump no son como las del expresidente Barack Obama. Lo demostró en Siria cuando el régimen de Bashar al-Ásad usó armas químicas contra la población. Esta vez le tocó el turno al régimen iraní.
Para proteger a ciudadanos americanos cuya vida está en peligro no es necesario que el presidente de EEUU pida la autorización del Congreso. En una situación de emergencia y de seguridad nacional puede actuar de inmediato. A diferencia de la exsecretaria de Estado Hillary Clinton y de Obama, Trump no esperó trece horas para enviar ayuda militar a la embajada de EEUU; lo hizo en minutos. Tampoco esperó para utilizar la información de inteligencia que tenía disponible sobre Soleimaní. Era el momento idóneo para enviar un mensaje contundente al régimen terrorista de Irán.
Eso no implica que no se hicieran cálculos políticos y militares sobre las posibles reacciones del régimen iraní. Se tomó en cuenta la posibilidad de un ciberataque, de otro operativo contra cualquier embajada de EEUU, de secuestros de ciudadanos americanos que residen en Irak, de intensificación de conflictos por proxy o de acciones típicas de la guerra asimétrica. Sin embargo, no es probable que haya una guerra formal y menos una guerra mundial.
El mensaje que Trump presentó en la conferencia de prensa posterior al ataque en el que murió Soleimaní es en contra de la guerra. Dijo: “We took action last night to stop a war; we did not take action to start a war”. Trump no favorece cambiar regímenes a la fuerza ni entrar en guerras cuyo final es impredecible. Tampoco quiere arriesgar vidas de militares americanos ni generar un gasto público excesivo.
Se equivocan quienes piensan que matar a Soleimaní es contraproducente, porque podría provocar más muertes. Omiten o ignoran que este terrorista asesinó y masacró a miles de personas y estaba dispuesto a coordinar y a dirigir más operaciones terroristas en diferentes países de Oriente Medio y de Noráfrica. El error no fue matarlo, sino no hacerlo antes.