El último debate presidencial moderado por Kristen Welker debía enfocarse en política exterior. Sin embargo, no era conveniente para el candidato presidencial demócrata Joe Biden. Hablar sobre las relaciones de EE. UU. con China, Rusia, Ucrania e Irak abriría la caja de Pandora sobre las alegaciones de que Biden recibió sobornos de funcionarios y empresarios de estos países. Por eso, solo se habló del tema de la seguridad nacional, como lo más cercano a la política exterior.
A diferencia de Biden, el presidente Donald Trump tiene una lista envidiable de logros en política exterior. Si mencionaban a Israel, podía decir que cumplió su promesa de mover la embajada de EE. UU. de Tel Aviv a Jerusalén. También, sirvió como mediador en los acuerdos de paz entre Israel-Emirates Árabes Unidos, Israel-Baréin e Israel-Sudán. Poco a poco logra que los países árabes reconozcan la existencia del Estado de Israel. De este modo, evita conflictos armados y dificulta la operación de las organizaciones terroristas islámicas. Además, viabiliza el desarrollo económico de Oriente Medio y mantiene a raya a Irán.
Si se hablaba del este europeo o del occidente asiático, Trump podía destacar la mediación de EE. UU. para armonizar las relaciones entre Serbia y Kosovo. También, tenía la oportunidad de hablar sobre su mediación en el conflicto entre Armenia y Azerbaiyán, que esta semana llevó a un nuevo acuerdo de cese al fuego.
Como el este europeo abre la puerta al tema de Ucrania y Rusia, a Biden no le convenía que se tocara el asunto. Podía traer a colación el señalamiento de extorsión al gobierno de Ucrania, cuando Biden era vicepresidente de EE. UU. Su hijo mayor, Hunter Biden, estaba bajo investigación de un fiscal ucraniano, por posibles delitos vinculados a la corporación energética Burisma. Biden pidió al gobierno de Ucrania que despidiera al fiscal a cambio de un desembolso millonario por parte del gobierno de EE. UU. Por esto, enterrar este tema era la prioridad de Biden en el debate presidencial.
Sin embargo, Trump lo señaló en varias ocasiones y lo forzó a hablar sobre el tema. La táctica de Biden fue negar y culpar a los rusos de una supuesta campaña de desinformación. Es un cliché de los demócratas señalados por corrupción, como Hillary Clinton, el culpar a los rusos.
Biden debía evadir todo asunto de política exterior a toda costa. Si se hablaba de las relaciones con China, Trump podía mencionar que Hunter recibió millones de dólares que sirvieron como soborno para su padre. Lo mismo pasaría al tratar las relaciones con Rusia, pues la mujer más rica de ese país y esposa del alcalde de Moscú le pagó 3.5 millones de dólares a Hunter. Trump aprovechó cada oportunidad que tuvo para mencionarlo, incluso en temas que no tenían que ver con seguridad nacional.
Durante el debate presidencial fue la primera vez en la campaña actual que Biden tuvo que responder a preguntas sobre corrupción gubernamental y sobre los negocios nebulosos de su hijo Hunter. Su única arma es la negación y el apelar al cuco de la Rusia villana, como si se tratara de los tiempos de la Guerra Fría.
Trump estaba en su salsa, cómodo, llevando la ofensiva y poniendo a Biden en una posición a la que no está acostumbrado, pues la prensa mayoritariamente demócrata no lo cuestiona. La mediocridad y la corrupción de la prensa ha llegado al punto ridículo de preguntar a Biden cuál es su sabor de helado preferido.
Supongo que en este momento amargo para Biden, un helado de vainilla o de fresa le vendría bien. Mientras tanto, Trump continúa cosechando éxitos en política exterior, mediando en conflictos y demostrando que es la mejor opción para el bienestar de EE. UU. y del mundo.