El presidente de EEUU, Donald Trump, impulsa una campaña mundial para contrarrestar la criminalización de la homosexualidad. Considera que se deben defender los derechos humanos y erradicar la práctica de aplicar la pena de muerte, la tortura y la cárcel a los homosexuales.
Trump fue el primer candidato a presidente de EEUU por el Partido Republicano que menciona a la “comunidad” LGBT en su discurso de aceptación. También, es el primer presidente republicano que hace mención del Mes del Orgullo Gay.
Fuera de si se está de acuerdo o no con que exista un mes del orgullo gay, y de señalar que no existe un día del orgullo heterosexual (cosa que podría considerarse innecesaria, pues ser homosexual o heterosexual, si no es algo que se escoge, sino que se nace, no es motivo de orgullo ni de vergüenza), se puede estar de acuerdo con contrarrestar la criminalización de la homosexualidad. El presidente Trump promueve una campaña mundial en contra del castigo, encarcelamiento, tortura y pena de muerte contra homosexuales. Se puede ser conservador o liberal-progresista y apoyar esta campaña. No son mutuamente excluyentes.
Los críticos de Trump lo acusan de usar a los gays para fines político electorales y le recuerdan que no estuvo de acuerdo con que los transgéneros entren a las fuerzas armadas. Sin embargo, son dos asuntos completamente distintos.
Trump no favorece que los transgéneros que están en transición entren a ninguna de las ramas militares, porque necesitan de servicios médicos, cirugías y otros servicios que al gobierno federal no le toca costear. Las fuerzas armadas rechazan a personas con condiciones médicas que solicitan admisión para beneficiarse de los servicios médicos. No tienen la responsabilidad de proveer servicios médicos a todos los ciudadanos, pues no son un programa universal de salud. Una cosa es defender derechos y otra exigir privilegios.
Los detractores de Trump mezclan asuntos de orden jurídico distinto. Una cosa es defender los derechos humanos y contrarrestar la criminalización de la homosexualidad, y otra es exigir privilegios al punto de violar derechos de otros. Por ejemplo, si se discute un caso de una persona transgénero que desea hacerse una cirugía, pero el cirujano se opone por sus creencias religiosas, lo que se atiende es un asunto de derecho civil versus el derecho a la Primera Enmienda a la Constitución de EEUU. En ese caso, hay un matiz distinto que merece se distinga de un caso de violación a derechos humanos, derecho internacional o valores universales, como lo es la tortura, el apresamiento y la pena de muerte contra homosexuales, lesbianas, bisexuales y transgéneros.
La obsesión anti Trump motiva a algunos a dispararse en el pie y a asumir posturas intransigentes en momentos en que hay una tendencia mundial que deberían aprovechar para acabar con la criminalización de la homosexualidad y de cualquier otra orientación del espectro LGBT. Trump publicó varios tuits recientes sobre la campaña mundial contra la criminalización de la homosexualidad y sobre el Mes del Orgullo Gay. No es momento para ataques político partidistas.
Hay un activismo significativo en países de Oriente Medio, como Irán, para detener los abusos contra homosexuales. Esto debería ser prioridad para cualquier activista LGBT que se preocupe por la defensa de los derechos humanos fundamentales: la integridad física (psíquica y moral), la libertad de movilidad (si no se ha cometido un delito) y la vida. La homosexualidad no debe estar tipificada como delito en ningún país o jurisdicción ni se debe permitir que individuos (u organizaciones) cometan crímenes contra personas homosexuales, cuyo motivo sea su orientación sexual. La práctica de amarrar a personas homosexuales, lanzarlas de un edificio y apedrearlas debe detenerse. No se trata solo de que los países despenalicen la homosexualidad, sino de que no permitan que ningún individuo ni organización secuestre, torture y asesine a una persona por su orientación sexual. De más está decir que secuestrar, torturar y asesinar no debería permitirse a ningún ciudadano de un país bajo ninguna circunstancia.
El “Síndrome Trump” o Trump Derangement Syndrome no es una condición psiquiátrica ni psicológica tipificada, pero en la cultura política americana opera como si lo fuera. La obsesión de quienes ven toda expresión, decisión y acción del presidente Trump como perjudicial, llega al punto de la irracionalidad y de provocar una ansiedad que afecta la percepción de la realidad, al punto de diferir y horrorizarse hasta cuando Trump converge con ellos. Conviene que pongan la razón a operar sobre las emociones para que no sirvan de piedra de tropiezo y permitan que la campaña mundial para descriminalizar la homosexualidad sea exitosa.