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El #MeToo sirve como arma política

Justo cuando el juez federal Brett Kavanaugh culmina su participación en las vistas senatoriales para su confirmación como juez asociado del Tribunal Supremo de Estados Unidos (SCOTUS, por sus siglas en inglés), una senadora federal (demócrata), Dianne Feinstein, hace pública una carta de Christine Blasey Ford en la cual alega una agresión sexual. La carta estaba en poder de Feinstein desde julio, pero la guardó hasta el momento indicado para postergar la confirmación de Kavanaugh. Esto le resta credibilidad, pues hace ver la movida como una político partidista e ideológica. No parece una genuina preocupación para que se investigue un posible delito y para que no se confirme a un juez que, de ser cierto lo que se alega, no es digno para el cargo.

Ford no ha hecho una querella formal, tampoco ha aceptado declarar ante la Comisión de lo Jurídico del Senado federal. Puso como condición que Kavanaugh declare primero sin siquiera ser formalmente acusado. No recuerda detalles importantes sobre la fecha, hora, lugar y personas relacionadas a la acusación que realiza. Tampoco mencionó a Kavanaugh cuando relató por primera vez, ante un terapeuta, que fue agredida sexualmente.

El presidente de la Comisión de lo Jurídico, Chuck Grassley (republicano), extendió la fecha para que Ford declare y mostró interés en escuchar su versión. No tomó postura sobre el asunto. Hay un espacio para que ambas partes declaren.

Por el momento, no se debe tratar la alegación como una acusación formal a la que Kavanaugh tenga que responder a modo de defensa. No hay cargos. La controversia opera en el plano mediático y político. Tiene el efecto de postergar la confirmación de Kavanaugh y de arruinar su reputación y la de SCOTUS.

El riesgo de la táctica que usan los senadores demócratas miembros de la Comisión de lo Jurídico es que se lleva enredado a SCOTUS en caso de que Kavanaugh sea confirmado. Esto pasó en el 1991 durante las vistas de confirmación de Clarence Thomas para juez asociado de SCOTUS. Surgió la acusación de Anita Hill, propagada por senadores demócratas, sobre conducta sexual inapropiada y hostigamiento sexual. Thomas fue confirmado, pero su reputación fue manchada, al igual que la del Supremo federal.

Otro riesgo es que los demócratas se desacreditan a sí mismos. Quedan como cínicos y demagogos que se valen de tácticas inmorales para adelantar su agenda. También, promueven una cultura de odio contra el sexo masculino y dan espacio para que le hagan lo mismo a demócratas y progresistas. No se fomenta un espíritu democrático y de respeto por el orden de la república, sino un todo se vale en la política y una falta de decencia. Se asesina el carácter de los enemigos políticos y se irrespeta la dignidad humana.

Esta controversia provoca una guerra cultural que aprovechan las activistas feministas, como Emily Lindin, quien defiende sus expresiones en Twitter sobre no sentirse preocupada por los hombres acusados falsamente de agresión sexual y acoso. Para ella, es válido adelantar la causa en contra del “patriarcado” sacrificando la reputación y la carrera profesional de hombres inocentes.

La campaña #MeToo, que obtuvo el reconocimiento anual de la revista Time en el 2017 al elegir como Persona del Año a “The Silence Breakers”, es utilizada irresponsablemente por algunas activistas. Una cosa es denunciar las agresiones sexuales, el acoso y otros abusos de poder y autoridad, y otra es promover las acusaciones falsas. Demonizar a los hombres, al punto de establecer el mito del hombre malo por naturaleza, invita a la guerra de los sexos, al fraude y a problemas de convivencia. Esto no sirve para combatir formas de opresión y abusos; lo que se logra es hacer lo mismo que persiguen combatir.

Los demócratas que se prestan para atacar a Kavanaugh y vilipendiarlo, debilitan la presunción de inocencia y fortalecen la táctica del bork, que consiste en vencer a un oponente político mediante el asesinato de carácter. Cuando avivan a las activistas feministas irresponsables y las agitan, para echarlas como quien suelta a los perros de caza, cavan su propia tumba. Eventualmente, podrían ser ellos los perseguidos. Ese escenario no está lejos de la realidad, pues los socialistas democráticos y las corrientes más a la izquierda del Partido Demócrata ganan primarias y comienzan a reclamar terreno.

Si Ford dice o no la verdad, no podemos saberlo; por eso, no se justifica tratar a Kavanaugh como si fuera un agresor sexual. Es importante defender la presunción de inocencia. Evitar la confirmación de Kavanaugh mediante tácticas frívolas es derrotar la decencia, el debido proceso y la civilidad, y degradar al Senado, a SCOTUS y al hombre.

Esto no se trata de demócratas versus republicanos. Debilitar las instituciones de la república tiene un costo que no vale la pena pagar, aunque los progresistas lo vean como una “resistencia” contra un supuesto dominio conservadurista de la rama judicial. Los que convocan a “resistir” consideran que luchan por sus logros alcanzados en la rama judicial, como el reconocimiento del matrimonio entre parejas del mismo sexo o la aprobación del aborto. Su preocupación no se sostiene si consideramos que Kavanaugh es un originalista que interpreta la Constitución según el texto y contexto en que fue redactada.

Resistir la confirmación de Kavanaugh bajo el temor de que se comporte como lo ha hecho en el tribunal federal, es admitir que la agenda no es defender el orden constitucional ni asegurar que haya un juez asociado al Supremo federal que sea objetivo y consecuente, sino dilatar la confirmación para dar tiempo a las elecciones de medio término y bloquear cualquier confirmación futura que no se ajuste a su marco ideológico. Esto implica un querer ganar sí o sí y una actitud autoritaria. En esa guerra total ideológica, nadie saldrá con la dignidad salvada. Todos son blancos del bombardeo difamatorio.

 

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