Trump Derangement Syndrome
El odio contra el presidente de Estados Unidos (EEUU), Donald Trump, es enfermizo y autodestructivo. La prensa dedica gran parte de la cobertura sobre Trump a controversias y a notas negativas. Es un comportamiento obsesivo que sacrifica la credibilidad del reportero, del periodista y del medio.
La crítica que hacen a Trump sobre que es un potencial dictador, por querer solucionar problemas de la Nación, usar órdenes ejecutivas y presentarse como quien tiene la respuesta a una serie de asuntos, pierde de perspectiva que existe la rama legislativa y la rama judicial, que hay prensa opositora y redes sociales, que hay individuos y organizaciones que fiscalizan, que hay elecciones periódicas y de medio término, que hay que hacer el trabajo político, que la presidencia tiene un término de cuatro años y una sola reelección posible por la misma cantidad de tiempo, que hay discusión pública, hay ley y orden, hay un orden constitucional con libertades individuales, entre otras fuerzas del Estado.
Trump favorece la Primera y la Segunda Enmienda a la Constitución de EEUU. Eligió a un juez originalista para el Tribunal Supremo. Está dispuesto a negociar. Es realista y pragmático. Se reúne con los opositores. Invita a congresistas demócratas para llegar a acuerdos. Difiere de congresistas y políticos de su propio partido. Fue demócrata y se cambió al Partido Republicano. Lleva años reflexionando sobre temas de urbanismo, vivienda, política exterior, economía, política fiscal, entre otros. No veo al autoritario que tanto denuncian.
Escucho constantemente la crítica de que Trump usa la red social Twitter demasiado. Le piden que disminuya los mensajes o deje de tuitear. Lo atacan por ser un foro “informal” y “poco presidencial”. Omiten que es efectivo para exponer sus ideas y comunicarse directamente con los ciudadanos. No destacan que es una herramienta necesaria electoralmente para llegar a un sector de la población que usa más las redes sociales que la televisión, la radio, los diarios impresos y otros medios. Muchos de estos medios pierden audiencia; hay varias quiebras de diarios, de compañías de tv y de emisoras.
Se les olvida que la prensa perdió credibilidad y que la falta de objetividad y de ética periodística obliga a usar herramientas de comunicación directa. La crisis del reportaje y la práctica de los #fakenews impide confiar en los medios. Leer de forma directa lo que reflexiona, aprueba, firma y defiende el Presidente no es una desventaja. Por el contrario, nos libera del mediador y nos permite formar nuestra propia opinión. No dependemos del ‘monkey in the middle’.
Los reportes y las notas de prensa que presentan un diagnóstico psicopatológico sobre Trump, operan más como una proyección psicológica que como una verdad o informe médico serio. Lo que se debería atender es el problema de los electores y políticos que no aprendieron a perder. Deben reflexionar, aceptar la derrota y bregar con el duelo para afrontar una pérdida.
Hillary Clinton perdió. Buscar excusas y negar tal derrota no contrarrestará lo que llevó a que no convenciera a los electores. A un año y cinco meses de las elecciones de 2016, todavía hay un trauma que los medios de prensa pueden ayudar a superar.
El problema no es Trump; ganó limpiamente. Si desean derrotarlo en el 2020, deben identificar y aprender de los errores cometidos. La campaña de Hillary puede servirles como modelo de lo que no deben hacer.
La prensa debe comportarse como prensa, el periodista debe ser periodista y el reportero debe reportar los hechos tal y como ocurrieron. Sin credibilidad, no hay norte. Cuanto más pronto se den cuenta, mejor para su propia causa y para el País. Todos ganan si se aprende a competir en buena lid.
Si a partir del fenómeno Trump se logra volver a un orden de participación democrática y electoral sin tanto juego sucio y sin la obsesión con destruir cuando se pierde, irónicamente, el eslogan MAGA se hará realidad. EEUU necesita volver a un estado de prosperidad en todos los aspectos, incluso en lo político.