Trump es un macho alfa. No lo digo en tono de broma ni me refiero a que es un macharrán, como dirían las feministas radicales. Lo que destaco es que no se deja castrar por los medios de prensa ni por el discurso que apela a las políticas de identidad. No le teme a enfrentar electoralmente a mujeres liberales protegidas por el aura de la campaña #MeToo ni se amilana con las acusaciones falsas sobre sexismo.

Es un ganador que no le huye al éxito y no se avergüenza de sí mismo. Mientras otros líderes republicanos piden disculpas por todo, él se enfrenta a sus detractores y devuelve cada golpe que recibe con un contragolpe de poder. Es decir, no se queda da’o. Sabe jugar el juego de los medios, de las relaciones públicas, y lo hace con un tono lúdico.

Contra Trump, hay todo tipo de acusaciones falsas y libelosas, demandas frívolas y ataques personales, pero como quiera sale victorioso. Le reclaman su éxito como empresario, padre de familia, presidente, figura del mundo del espectáculo, entre otras cualidades. Les molesta hasta su color de cabello y piel. Lo repudian por ser blanco (anaranjado), con ascendencia europea, rico, alto y por casarse con una modelo atractiva.

Su vida debería ser admirable, pero la proyectan como degradante, inmoral y repudiable. Comunican a la población que ser como Trump es vergonzoso y que para lucir “presidencial” y como un “verdadero” caballero, hay que desmasculinizarse, ser sobrio, acomplejado y poco competitivo. Son los valores de un perdedor y de un hombre castrado.

El modelo de presidente que admiran es el de un Justin Trudeau, primer ministro de Canadá, o un Barack Obama. Pero el esfuerzo actual de los demócratas es acomodar a una mujer. Intentaron con Hillary Clinton. Ahora hablan sobre Michelle Obama u Oprah Winfrey. Quieren a una mujer negra que sirva para apelar a la política de identidad de género y raza.

El marco político económico, las ideas y las propuestas para solucionar problemas concretos de Estados Unidos (EEUU) no importan. La prioridad es la demagogia y el atraer votos de las llamadas minorías, lo que en inglés llaman ‘pandering’ o lisonjeo político.

Trump es tildado de populista. Lo pintan como un político que dice lo que el otro quiere escuchar. Lo acusan de ser un estafador profesional. Sin embargo, demuestra lo contrario al cumplir con su palabra. Se caracteriza por hacer lo que dice que hará o por acercarse a sus objetivos mediante tácticas de negociación.

Intentan derrotarlo una y otra vez con la táctica de apelar a asuntos de índole sexual, líos de faldas y mujeres del pasado con las que tal vez tuvo alguna relación. Sacan del armario a artistas porno, modelos, concursantes de reality shows, ex novias y a toda mujer que puedan vincular, así sea que se tomaron una foto o se bebieron unas copas.

Representar a Trump como un macho, activo sexualmente y que se fija en mujeres atractivas parece ser el gran plan para derrotarlo de cara a su posible reelección en el 2020. La masculinidad es el nuevo pecado por el cual juzgar la efectividad de un presidente.

No sorprende que le pidan a Melania Trump que se divorcie. La victimizan y pintan como mujer sometida. Omiten que ella era empresaria y millonaria desde antes de conocer a Trump. La degradan como mujer, como persona exitosa y libre para escoger a su pareja, mientras supuestamente la defienden.

Irónicamente, la mujer exitosa, emprendedora, es subestimada. Ser un macho alfa es mal visto por los perdedores.

Los republicanos como John McCain, Mitt Romney, “Jeb” Bush y Marco Rubio son el hombre ideal contra el cual los demócratas desean competir. Son anti Trump o ‘never trumpers’, ceden cuando los presionan y no se atreven a defender sus ideas con ahínco. Flaquean.

La masculinidad de Trump se considera tóxica. Los “ambientalistas” del nuevo morality in media se encargan de purificar el ambiente político para allanar el camino a la primera presidenta de EEUU. Prefieren que Trump no sea el candidato. Necesitan de otro republicano blandengue al que puedan derrotar.