Trump no es racista
El Partido Demócrata, astutamente, proyecta en los republicanos su larga historia de defensa de la segregación racial. No fue el Partido Republicano quien defendió la esclavitud ni fueron los congresistas republicanos quienes tuvieron esclavos en sus haciendas. Tampoco fueron los republicanos quienes se vincularon al Ku Klux Klan y promovieron la segregación racial. El estado de bienestar y la planificación urbana con un desarrollo de vivienda pública que concentró a la población “afroamericana” (negra) en “ghettos” es un diseño de los demócratas. Donald Trump diagnosticó este problema y logró más votos de electores negros que John McCain (2008) y Mitt Romney (2012).
A Trump lo acusan falsamente de ser racista. Esta táctica del Partido Demócrata no es nueva. Es común que tilden de racistas a los candidatos presidenciales republicanos y a los conservadores en general. De este modo, amarran el voto de los grupos minoritarios y fuerzan una narrativa segregacionista que representa a los conservadores “blancos” como enemigos de las minorías.
Para contrarrestar esta campaña de difamación, “identity politics”, agitación y clientelismo político, Trump aprovechó sus “rallies” (eventos públicos) para denunciar las tácticas de la campaña de Hillary Clinton y de los medios de prensa liberales. Fue a una iglesia en Detroit, predominantemente negra, y se dirigió a los residentes de cascos urbanos deteriorados. Logró comunicarle a la población negra que los engañaron y que la pérdida de empleos y el cierre de industrias se debe a políticas liberales como el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (NAFTA, por sus siglas en inglés) aprobado por Bill Clinton. Por esto, no debería sorprender la victoria de Trump en Michigan.
Otra acusación falsa se presentó desde que Trump anunció que correría como precandidato presidencial. La prensa liberal sacó de contexto sus expresiones sobre la construcción de un muro fronterizo y el deportar a inmigrantes ilegales que cometen delitos en los Estados Unidos (EEUU). Lo representaron como un xenófobo e inhumano. Sin embargo, no informaron sobre la práctica del gobierno mexicano de usar la emigración hacia EEUU como una válvula de escape.
Los centroamericanos, mexicanos e iberoamericanos en general que cruzan la frontera de EEUU dejan de ser una “carga” para los gobiernos de sus países de origen, se convierten en mano de obra barata y explotada, y envían remesas. Los gobiernos se libran de la presión de tener que lidiar con desempleados e indigentes molestos, minimizan las protestas y se benefician del esfuerzo de los que emigran sin hacer reformas significativas en sus estados. La corrupción gubernamental y la pobreza continúan mientras se pueda usar la migración como una herramienta política.
El presidente de EEUU, Barack Obama, también usó la migración políticamente al anunciar que autorizaría la entrada de miles de “refugiados” provenientes de países en conflicto. Le llamó “refugiados sirios” a inmigrantes provenientes de distintos países del Norte de África y de Oriente Medio no identificados adecuadamente y con potenciales vínculos a organizaciones terroristas islámicas.
Cuando Trump propuso prohibir la entrada de inmigrantes provenientes de zonas en conflicto o con focos terroristas lo acusaron de xenófobo y racista. No hizo referencia a una raza, etnia o nación y fue claro en que es una medida temporera que responde a un asunto de seguridad nacional y a la falta de instrumentos y bases de datos para identificar a los inmigrantes.
Es un hecho que en Europa, en EEUU y en otras regiones del mundo ocurren atentados terroristas con frecuencia. ISIS y otras organizaciones terroristas islámicas realizan amenazas y trazan objetivos en EEUU. Informan abiertamente que usan la inmigración y a los “refugiados” como un arma. La política de fronteras abiertas y de recibir a “refugiados sirios” opera como un caballo de Troya.
En cuanto a Puerto Rico, se reportó falsamente que Trump le quitaría la ciudadanía americana a los puertorriqueños. Su campaña envió un comunicado de prensa para expresar su postura sobre el status de Puerto Rico. Dijo que respeta la libre determinación de los puertorriqueños y que se deben seguir los protocolos constitucionales y del Congreso para resolver el problema del status. Incluyó a la estadidad entre las alternativas y elogió a los puertorriqueños reconociendo que en Puerto Rico residen alrededor de 3.7 millones de ciudadanos americanos.
Queda claro que Trump no es racista y que la difamación empleada en su contra es parte de una táctica político electoral. Los electores no cayeron en esta trampa y en estados como Michigan, Ohio, Wisconsin, Pennsylvania y Florida se alzó con la victoria.
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