El otro apagón
Sea cual fuera la razón para que la mayor parte de nuestra Isla sufriera la semana pasada lo que muchos han bautizado “El Apagón Nacional”, poco se ha dicho del efecto negativo que provocó, y sigue causando en lo que llamo el sector invisible de nuestra población.
No critico a quienes disfrutaron varias noches con la familia y los vecinos mirando el cielo. Al contrario. Espulgar el firmamento para identificar estrellas, constelaciones, e incluso gozarse la espectacular Vía Láctea, es una experiencia única. Es un regalo gratuito cuando nos liberamos de la contaminación luminaria durante noches de cielos libre de nubes.
Tampoco condeno a los que se apertrecharon de cervezas y toda clase de licores para “despejarse” con dominadas entre vecinos a la luz de las potentes linternas que han salido al mercado en los últimos años.
Fueron muchos los que enderezaron el país mediante conversaciones profundas, con copita de vino en mano. Me parece maravilloso.
Los estudiantes y profesores se vieron libres del estrés cuando supieron que las clases quedaban suspendidas y fueron felices. Santo y bueno.
A las y los noveleros no les picó mucho la vena porque estaban seguros de que tan pronto “regresara la luz”, tendrían al alcance del control remoto los capítulos correspondientes a las enlatadas que los distraen noche tras noche tras noche.
Algunos adictos al internet sufrieron penurias cuando se les agotó la carga a tabletas y celulares con línea propia. Para colmo, no todos los Wi-Fi funcionaron.
Las personas que se quedaron atrapados en elevadores, en tiendas, o en el tapón -entre tantas otras circunstancias- todavía cuentan sus experiencias personales como aventuras que les fastidiaron ciertos momentos. Pero pasada la crisis, llenan capítulos de anecdotarios graciosos para contarle a los nietos.
Sin embargo, los “invisibles”, conocieron el otro apagón.
Para las personas con limitaciones físicas y los viejos indefensos que se quedaron encerrados en elevadores, víctimas de ataques de histeria e incontinencia, el apagón tuvo otro significado.
Lo mismo sucedió con las personas que sufren de convulsiones provocadas por los sonidos de las alarmas de emergencia y los cegadores lamparones de seguridad.
No se habla de la angustia de los familiares de personas que estaban en una sala de operaciones sometiéndose a cirugías delicadas. Aunque todos los hospitales del país y todas las oficinas médicas cuenten con plantas generadoras de electricidad en emergencias; aunque todas tengan la capacidad de arranque automático, siempre habrá un hiato, unos segundos, un minuto, en lo que los cirujanos se percaten que trabajan con energía “de emergencia”, que puede fallar en cualquier momento.
En ese escenario, un micro segundo puede significar muerte.
Tampoco se habla del corri-corre del personal de salas de cuidado intensivo.
Muchos hospitales están equipados con plantas de generación de energía eléctrica. Pero no todos los hogares de personas que dependen de equipo eléctrico tienen plantas de emergencia, como tampoco lo tienen todas las personas que necesitan medicamentos que se tienen que preservar refrigerados.
Los memes y otros chistes relacionados al apagón no le causan gracia a quien se le congeló la transacción en la farmacia cuando trataba de pagar un medicamento para el ataque de asma de su hijito.
¿Entonces?
Solo quiero decir que es bonito “volver a ser gente” mirando cielos estrellados y compartiendo con los vecinos que no saludas ni cuando compartes el mismo elevador. Es estupendo tener conversaciones familiares, aunque sea porque “no hay más na’ que hacer”.
Pero no es momento de mofarse de los ciegos, “que con luz o a oscuras, ven lo mismo: nada”.
Cuando ese es uno de los chistes, me pregunto si el peor apagón que sufrimos es el de energía eléctrica, o el de la sensibilidad.