Sobre síntomas engañosos y diagnósticos acertados
Querida Clase 2017 del RCM:
Que quede claro que este no es un discurso de ceremonia de graduación.
Es una nota de agradecimiento por haberme permitido compartir parte de mis experiencias con ustedes. No es usual que yo ande por ahí hablando de los síntomas que delataron al que me atacó con sigilo y ha insistido en habitarme desinvitado por tantos años.
Me rendí al interrogatorio cuando mi doctora -Maestra de maestros en las ciencias ocultas de la neurología y desconocedora de los misterios de las comunicaciones por Skype- me sorprendió desde un celular prestado para proponerme una breve intervención vía internet ante un grupo de estudiantes de medicina.
Sabemos que un diagnóstico acertado lleva a los médicos por la ruta del tratamiento exitoso con la velocidad que en ocasiones determina la diferencia entre la Vida y la muerte.
En mi caso, como les dije, no hubo secretos. Era obvio que “había algo” que provocaba caídas, dolores de cabeza insostenibles, y convulsiones. Sin embargo, el Intruso tuvo sus trucos para hackear los GPS de los MRIs, CTs y los electroencefalogramas de la vida. Cambiaba de estrategia cada dos o cinco años resguardándose en los pliegos de la computadora central de mi cerebro.
La profesora me eskypeó para demostrarles con mi testimonio que no es cosa fácil el arte de convertirse en buenos clínicos. No todos los síntomas aparecen como en los libros de medicina. ¿Yo? Me siento obligada a compartir toda la información que pueda para desenmascarar otros intrusos cerebrales que amenacen vidas.
Me confesé ante ustedes -no en “catarsis mode”- si no para provocarlos a que nunca se rindan, a que sigan hurgando, aunque los síntomas no concuerden con lo que dicen los libros.
No busco expresiones de lástima ni de admiración. Pero me siento obligada a decirles que varios médicos me desahuciaron. Sólo ella y otros dos especialistas y excelentes clínicos (de Centro Médico) tuvieron la malicia de seguir buscando lo invisible.
Fueron los Sherlock Holmes, que, con pocas señales visibles y contundentes, descubrieron la existencia de un tumor cerebral, clasificado como meningioma del falx benigno, pero “diferente” por haberse manifestado “peligrosamente agresivo” en cada reincidencia.
Con suma humildad reconocieron que después de 2 craneotomías y una radiocirugía, existía la posibilidad de que próximas y arriesgadas intervenciones todavía me podían extender Vida con calidad. Pero que tenía que ponerme en otras manos.
Su profesora nos dijo “no es opción no hacer nada, cuando hay opciones para hacer algo”. Buscamos esas opciones, que muy a mi pesar resultaron ser 2 craneotomías adicionales y 28 radiaciones.
Y aquí estoy, reforzando lo que su profesora quiso que escucharan de labios de una paciente-sobreviviente: que no todos los cuadros clínicos son iguales, y que ustedes tienen la capacidad de salvar vidas cuando no se conforman con lo que dicen los libros.
Hoy, mi familia y yo le agradecemos a Dios y a todos los profesionales de la salud que laboran “en neuro” del Hospital Universitario, por la Vida que disfrutamos en “tiempo extra”.
A ustedes, Clase del 2017, les deseo éxito en cualquiera de las ramas de la medicina que seleccionen. Espero que la profesora los seduzca en esta rotación, y, que si se deciden por alguna especialidad, consideren ejercerla en Puerto Rico, como lo hicieron los que los están entrenando y se han convertido en los médicos “de cabecera para mi cabeza”.
Los necesitamos.
Y no, este no es el mensaje de ceremonia de graduación. De ese no los salva nadie.