Milton: el ángel con alas de taxi
¡Este Toño tiene cosas! Su despiste y prisa loca de “vivir desviviéndose”, no le permiten ver las cosas como son. Cuando le digo que disfrute la Vida “sorbo a sorbo”, cree que es un chistecito literal y me reta con demagogia barata, tal cual político de bajos vuelos.
Que no hay vaso donde quepa la Vida, y menos cuando se escribe con mayúsculas, como lo hago yo, me dice burlón.
Durante la semana pasada le pedí que me contara del viaje que hizo al “hospital de allá, donde los médicos usan unas máquinas distintas a las de acá”. El propósito era comparar el tamaño y los posibles cambios del tumor cerebral que le radiaron por 28 días de lunes a viernes hace exactamente un año.
Eso de pasar una semana acuartelado en un hotel que conecta con el hospital no era ñoñería.
Sin embargo, tener la certeza que los equipos están calibrados en matemática afinidad con el mapa de las áreas radiadas, le permitía cierto grado de serenidad ante la espera de los resultados.
Después de narrar las desgracias de un vuelo “de sustos” y de gente que estornudaba enfermedades contagiosas, Toño me habló de su experiencia con un taxista “loco y sordo” que lo marcó.
“Ese día nos iban a decir los resultados, pero antes, teníamos que llegar a una tienda de equipo médico. Llamamos a las oficinas centrales de la línea de taxis que cuenta con vehículos especializados en llevar a personas en sillas de ruedas o scooters.
“Llegó rapidísimo. Como si hubiera estado esperando nuestra llamada a la vuelta de la esquina. Conocía la tienda y no necesitaba el GPS, cosa extraña en una ciudad como Houston.
“El taxista era un hombre enorme. Casi no cabía en el asiento. Tenía un acento sureño y en vez de hablar, gritaba para ganarle en decibeles a la música Gospel con la que nos tenía trepando el techo de la guagüita amarilla. A fuerza de oírlo por unos 15 bloques, se me fue pegando el sonsonete. Ya me veía en la segunda fila de un coro -como en la película Sister Act con Whoopie Goldberg, cantando esgalilla’o.
“Entonces se me ocurrió sacar el teléfono y marcar la aplicación Shazam para identificar la canción que apenas entendía. Resultó ser ‘Nothing Without You’, con Jason Nelson.
“A todo esto, el taxista usaba el guía como púlpito y no paraba de alabar a Dios. ‘¡No somos nada sin Él! ¡Buenas nuevas! ¡Sanidad! ¡Veo sanación aquí y ahora!’”
Según Toño, el taxista lo miraba por el espejo retrovisor, buscando reacción. Cuando llegaron a la cita médica, le dieron la noticia: por primera vez desde el 1998, el tumor cerebral de Toño no había crecido y los bordes parecían encapsularlo para achicarlo.
Mi amigo, que no cree ni en la luz eléctrica, me dijo contundente que el tal taxista era un ángel disfrazado.
Su nombre terrenal es Milton, como leía la licencia.
Si Toño disfrutara la Vida sorbo a sorbo, y hubiera escuchado la letra de la canción…