El arbolito imperfecto
Para Nélida Ramos & Aníbal Colón; Daniel Colón-Ramos & Emily Wang, y Alexandra, Beatriz y Caysani
Como todos los años, espero a que pase el 30 de noviembre para comprar nuestro arbolito de Navidad. Hasta el 1ro. de diciembre, nada -nadita de nada- que insinúe nuestra temporada favorita. Ni una hojita roja de matitas de “cuascuas” (como decía Nuestro Hijo Favorito de los Menores al referirse a las pascuas).
Durante años nos han llovido las mismas críticas: que siempre somos los últimos en poner las lucecitas de colores frente a la casa, que todos los vecinos se nos adelantan… y que si no compramos el arbolito tan pronto llegan los vagones a mediados de noviembre, los que quedan para cuando el calendario marque el uno de diciembre ya estarán feos, viejos, chuecos y disparejos. O sea, arbolitos imperfectos.
Como familia, nunca nos dejamos presionar por esos argumentos. Casi siempre lo compramos el primer sábado de diciembre. Este año, cae el día 6. ¡Más tarde que otros años!
“Para cuando llegues al lote, lo que van a quedar son los más feítos; los que nadie quiere”, me estrujó mi amigo Toño en tono provocativo y burlón.
Este año, las nietas trillizas de una buena amiga nos dieron una lección de Vida que quiero compartir: cuando las llevaron a seleccionar el árbol, seleccionaron el más pequeño y enclenque. Usaron –por unanimidad- un argumento práctico y realista, pero poco usual para niños de 4 años.
Según comentó su padre públicamente en féisbuc:
“In what seemed like a re-enactment of “A Charlie Brown Christmas” (which they have never seen), they quickly settled for one of the smallest, crappiest ones in the lot. When I asked them why, one of them said “This one is perfect. If it falls, it won’t crush us”.
“It did remind me how we all have different associations and memories attached to symbols, like Xmas trees. In that, whatever symbol you associate with family and this season, may it bring you joy!”
Más allá del recuerdo del arbolito que el año anterior se les cayó, y que este año no quieren que les caiga encima, las niñas pudieron haber seleccionado uno más pequeño, pero “perfecto”, con las ramas en la forma exacta que los presentan los libros infantiles.
Sin embargo, las niñas nos dieron una lección de lo que es compasión, inclusión, y aceptación, sin discriminar ante lo “imperfecto”.
Los únicos árboles de navidad “perfectos” que he visto son los de las vitrinas de las tiendas, y los que venden en cajas. Aún así, al cabo de unas cuantas navidades le salen achaques.
De pequeños, en casa de mis padres nunca hubo “árbol”. Nosotros le poníamos luces, bolas y unas “lágrimas” plateadas a cualquier mata que se dejara. Y no había que comprar pascuas porque había una enorme y hermosa en la “reata”, frente a la puerta principal.
Cuando se compró el primer “arbolito de Navidad”, fue uno con ramas de alambre y hojas de plástico. Tenía el tamaño de un niño de 4 años. No fue por nosotros. Ya había nietos. Fue nuestro árbol “perfecto” durante muchas Navidades. Mami lo ponía sobre una mesita para que pareciera alto.
Se fue espeluzando con los años y las travesuras de las nuevas generaciones. Tras la muerte de mami, desapareció.
En fin, respeto a la gente que empieza las “Navidades en septiembre”, aunque yo espere al Adviento en diciembre. Me gusta saber que hay familias que no necesitan árboles de Navidad para celebrar la fiesta del Nacimiento del Niño Dios, que nació en un pesebre. No envidio a los que lucen arboles perfectos.
Este año nuestro árbol será más pequeño y delgado por razones que no vienen al caso. Quizás no cumpla con los estándares de belleza, ni pueda ser “presentado en sociedad” como los que salen en televisión. Pero que quede claro: prefiero aceptar todas las imperfecciones -empezando por las mías, que son muchas- antes que perder la alegría de Vivir.