Los cuidadores “invisibles”
¡Ñó! Tanto que se habla de Toño y su condición; de Toño y sus aventuras y dilemas conmigo, ¿y Toñita? ¿Dónde queda Toñita, la amantísima esposa, abnegada cuidadora, aguerrida protectora y quisquillosa administradora de los bienes económicos e intelectuales de Toño?
¿Que por qué no destaco su labor como cuidadora (“caregiver”) del esposo?
En su particularísimo caso, la he mencionado en poquísimas ocasiones porque le fastidia que la identifiquen como “Toñita, la de Toño”, como si fuera propiedad de su esposo; o peor aún, que la embromen con el sobrenombre que tanto le costó acuñar para terminar casándose con un tipo que apodan con la versión masculina de su segundo nombre de pila.
Acá entre nos, no es cosa fácil que te bauticen con el nombre de tu abuela, y que en la escuela se burlen de tí por llamarte María Antonieta Flores, casi como la de “El Chavo del 8”. ¡Por eso se enganchó el “Toñita”!
La divina mujer nunca imaginó que el amor le entraría por el nombre de un tipo que se llamaría Ángel Antonio, a quien tampoco le gustaba su primer nombre de pila…
De hecho, por cuenta de los benditos nombres me han preguntado si son “personajes inventados”.
Lo que pocos saben es que el flechazo que provocó la mágica coincidencia de apodos trastocó sus vidas con una mega dosis de amor incondicional que ha rebasado la frase de amarse “en la salud y en la enfermedad.
Poco después de la boda, a Toño se le descubrió un tumor cerebral que recurrió 4 veces. Tras la última craneotomía, él quedó parapléjico, y ella se convirtió en su cuidadora familiar, o, como dirían gerontólogos y geriatras: “cuidadora informal” porque no recibe salario.
Las escuelas de salud pública los definen como las personas que se hacen cargo de familiares con algún nivel de dependencia 24/7. Pueden ser lo mismo familiares (esposos, padres, hijos, compadres madres, hijos).
En un país donde la mayoría de la población es vieja, con ciertos niveles de dependencia, la necesidad de cuidadores aumenta rápidamente. Pero en una población con expectativa de vida larga como la de Puerto Rico, la necesidad aumenta vertiginosamente, y con ella, la urgencia de que se reconozca y apoye la labor del cuidador familiar.
Yo identifico como “cuidadores invisibles” a los cuidadores familiares. Se “queman” como los trabajadores de otras profesiones. Se cansan de limpiar pampers sucios, aunque lo hagan con y por amor. No lo ventean.
Para garantizar el éxito de sus funciones como cuidador, reorganizan la vida familiar y sus prioridades. Adaptan el hogar, los itinerarios y las tareas cuando surge la necesidad de un cuidador a tiempo parcial o a tiempo completo, ya sea por la llegada de un bebé, porque el abuelo no tiene la movilidad que antes, o por un problema de salud temporal o prolongada de alguno de los componentes del núcleo familiar.
En el caso de “Los Toños”, ella –recién graduada como abogada- decidió dejar su carrera para dedicarse en cuerpo y alma a su esposo. No por patrón cultural tradicional, por obligación moral, para evitar “el qué dirán”, ni para que le hicieran una estatua para conmemorar a todas las esposas devotas al cuidado de sus maridos.
Tampoco quiso ni quiere dárselas de santurrona ni de víctima. No. Ese no es el caso de Toñita.
No permite que la diosifiquen, pero tampoco que la presionen. Sabe que su esposo depende de ella y se cuida para y por él. Pide ayuda cuando la necesita. No lo ha aislado; sabe hasta donde llegar para no lastimarse la espalda cuando lo ayuda a transferirse desde, o hacia la silla de ruedas. Ha logrado organizar calendario y reloj para no fallar, ni llegar tarde a las citas médicas de ninguno de los dos, ni a las terapias físicas de él.
Cuando es necesario, cambia de estrategia para que algunas situaciones no acaben con su estado de ánimo, especialmente las preocupaciones económicas, la frustración y la tristeza.
Tuvo la valentía de identificarlas, reconocerlas y manejarlas con ayuda profesional.
He visto de cerca como Toñita maneja los patéticos ataques de hipocondrias y de derrotismo de su marido. Son épicas, como lo son las malas crianzas, el mal genio, los falsos cansancios y otras toñerías del gruñón de su esposo.
Ante ella, me quito el sombrero que no uso.
Me desarma al decirme que lo conoció así, y que lo ama desde siempre y para siempre. No le importa que aquél atleta universitario, ahora esté pipón, parapléjico y en silla de ruedas.
En fin, muchos no saben cómo lo soporta. Le hace chistes a sabiendas de que no se va a reír. Lo mima, le prepara gustitos, que muchas veces su marido critica. Mientras, ella se mantiene feliz, sonriente, amorosa, agradecida de Dios y de la Vida que le ha permitido Vivir junto a su Toño.
¿Yo? Veo en mi esposo la dulzura, la paciencia, el amor incondicional de Toñita, y me siento igual de bendecida.