La ilusión y magia del 6
En mi casa, el 6 de enero es el único día del año que amanece de fiesta mucho antes de que el sol suelte la pereza. Las habitaciones despiertan alegres e impregnadas de dulce aroma a la yerba fresca que ya no está. Desde la puerta de entrada hasta los cuartos se pueden ver pedacitos de hojas y rastros de fango. Esas son las señales para anunciar lo que ya todos saben:¡Llegaron los Reyes! (¡Y los caballos hicieron escantes!)
La noche antes de la llegada de los Tres Santos Reyes tiene mucho de encanto magia e ilusión. También tiene grandes dosis de esperanza, fe, y por sobretodo, amor.
Es que no hay noches como las de los 5 de enero.
Cuando el sol se apaga, relucen tres estrellas entre todas las demás. Durante las noches desnudas de nubes, se puede distinguir hasta el brillo de las coronas de los Magos de Oriente. Una vez se identifican los tres astros, hay que apurarse a cortar yerba.
Debe ser la más larga y fresca para que sobresalga de la caja. Si posible, libre de cadillos y morivivíes. Lo ideal es que se corte con tijeras para no arrancar raíces mojadas. Es que casi siempre llueve la Víspera de Reyes.
Esa noche hay que “recogerse tempranito”.
Los ojitos que se resisten al sueño por cuenta de la expectativa, se cierran a regañadientes; sin darse cuenta. Sin embargo, la ilusión y la fe son tan fuertes, que se han registrado casos de niños que -aún en sueños-sienten los amorosos besos de los Reyes.
Doy fe de niños que pueden distinguir los besos por las barbas. Me han dicho que la barba blanca de Baltasar es suave como el toque de una almohada. Sin embargo, estoy segura de que se trata de un pedazo de nube que se le atoró en la corona. La barba de Gaspar es áspera y corta. Se parece a las de los padres cuando no se afeitan. En casa, me ha dicho nuestro Hijo Favorito de los Menores, que los besos de Gaspar le han hecho sentir “electricidad” en la mejilla. El rostro de Melchor -que es negro y lampiño- se siente suave como el de las madres. Al menos, así recuerdo que me lo describieran.
Los mágicos besos de los Reyes Magos son una forma de agradecer la yerba y el agua que pequeños y adultos le dejamos a los caballos que los llevan y los traen por Puerto Rico.
Aclaro: en el “Viejo Mundo” -que no es viejo na’- los Tres Magos de Oriente montaban un dromedario, un elefante, y en un caballo negro mientras seguían la Súper-mega-ultra brillante Estrella de Belén. Cuando se encontraron los tres, en medio del desierto, le dieron un descanso a los animales propios de sus reinos, y los cambiaron por camellos, que caminan mejor en la arena de los desiertos.
Hace cuchucientos años, Los Magos, le llevaban oro, mirra e incienso a Jesucito, el Recién Nacido, y tenían que llegar sin falta.
Desde que vienen a Puerto Rico, los Tres Santos Reyes cambiaron los camellos por caballos, que aunque no son de carrera, se mueven rápido. Tienen otra ventaja. Estos caballos son tan magos como sus dueños y se achican para entrar a las casas por las rendijas de las puertas.
En nuestro hogar, además del reguero de yerba que dejan, los caballos enfangan la sala con las huellas de sus herraduras sobre el piso blanco. Una vez la cajita se vacía, los Reyes le dejan una carta a cada quien. Es curioso que las cartitas hablan de cosas que pasaron durante el año, y se adelantan a eventos que se supone que ocurran antes de que regresen el próximo 5 de enero.
¡Saben mucho los Reyes! ¡Como que son Magos!
La alegría del despertar sabiéndose importante para tres Reyes poderosos que vienen de lejos, no tiene precio. El que lo dude, que pase por casa bien tempranito este lunes.
Ahora bien, antes de llegar, que internalice que la Vida es un regalazo del Cielo; que el nacimiento del Niño Jesús es la razón para toda la fiesta… y que en casa nunca ignoraremos el encanto y la ilusión; la fe y las grandes dosis de esperanza que nos provoca cada amanecer. ¡Es gratis! Ni siquiera se necesita una cajita de yerba.
Nota:
Como adelanto a los regalos del Día de Reyes, invito a la lectura del hermoso cuento“El beso de Melchor”, del periodista, ensayista, cuentista y poeta sangermeño, Salvador Tió Montes de Oca.
¡Ese beso sí que es especial!