La importancia de perder
No se rían.
El que siempre gana, nunca aprende. Perdiendo es que se aprende. Es por eso que en la vida es tan importante perder para aprender.
¡Ay Fufi está dolido porque su equipo de Puerto Rico perdió con los Estados Unidos! Me chillan los oídos. Pero en esa derrota aprendimos que el ser vencido por el campeón en nada desmerece nuestro esfuerzo que nos llevó al sub campeonato del Clásico Mundial de Béisbol.
Nótese que nos ganó uno que nos aventajaba en derrotas mientras nosotros nos mecíamos en la hamaca de los invictos. Oiga, y ya le habíamos ganado a los Estados Unidos, pero pasó desapercibido por nuestros peloteros en ese triunfo que Marc Stroman era el mejor lanzador del torneo. Sí, a ese mismo Stroman que, en el primer partido, maceteamos y lo hicimos volar del montículo marcándole cuatro carreras.
¡Y como gozamos!
Por eso, cuando lo vimos salir al diamante en la primera entrada del partido final fuimos muchos los que pensamos “A ese ya lo explotamos en el primer juego”. ¿Verdad que sí? Jim Leyland, el veterano manager de Grandes Ligas que, en sus 22 años en el MLB perdió su buena cuota de partidos (sobre 2000), sabía que Stroman era su mejor carta para lograr el campeonato. En cuestión de cinco entradas ya se sabía quién era el cheche de la película.
Por la derrota no hay excusas: perdimos con el campeón. Como cantaba Daniel Santos: “los demás son los demás”‘
Nada consuela más que filosofar cuando se pierde y en lo primero que pienso es en los miles de atletas que compiten y pierden en los Juegos Olímpicos. Son muchos más los perdedores que los ganadores. Así se lo decía a Germán Rieckehoff: las Olimpiadas Mundiales las sostienen los que pierden.
Yo aprendí a perder temprano en la vida por el hecho de que competía en muchos deportes y peor aún competía por honores académicos en el Colegio San José para complacer a mi abuelo y a mi madre, afán que se me quitó cuando en mi primer semestre de Escuela Preparatoria en Long Island me espetaron dos efes que parecían cruces. Recuerdo que a mi hermano le pasó lo mismo y se echó a llorar en el comedor de esta escuela en que estábamos internados.
Porque en mi adolescencia, en las familias de ‘blanquitos’, a los hijos de madres divorciadas los enviaban a colegios internos que hoy en día la gente identificaría como correccionales.
Es en la derrota que uno mejor evalúa los afectos que nos tienen nuestros semejantes, amigos y familiares. Porque en los triunfos llueven las pleitesías para los ganadores mientras tantas veces se desprecia al perdedor. A este equipo de Puerto Rico que perdió en la final lo hemos querido desde que se iniciara en este Clásico Mundial de Béisbol. Nuestro equipo destilaba solidaridad y un empeño genuino de poner en alto a nuestra patria para que el mundo conociera de nuestras habilidades y de nuestra calidad como deportistas.
Misión cumplida.
Ganó el mejor. A los Estados Unidos y a sus jugadores que defendieron su causa felicitaciones.
Por todo lo expresado quiero llevar el mensaje a nuestra niñez y a nuestros adolescentes que no hay nada de deshonra en la derrota cuando se compite con amor y tesón por una causa. Y traten de entender, temprano en la vida que lo importante en el deporte como en la vida es compartir.
Por semanas, cientos de peloteros de calidad, compartieron en paz y armonía la maravilla de representar a su patria en lo que sería una experiencia cuasi religiosa. Y en ese compartir todos ganamos.