El sacrificio
El 30 de octubre de 1950, Pedro Albizu Campos y el Partido Nacionalista de Puerto Rico le declararon la guerra a los Estados Unidos.
Le sobraban las razones. Y nadie mejor que Albizu para explicarlas y repetirlas desde que se impuso el deber de sacrificar su vida para liberar a los puertorriqueños y a su Patria del yugo que ejerciera la nación más poderosa sobre Puerto Rico, una nación indefensa y pobre pero una nación que proyectaba una buena imagen de civilización, cultura y los perfiles de una nacionalidad orgullosa de su idioma, de su etnia, creencias y costumbres.
Jayuya se convirtió ese día en tierra sagrada tal y como lo fuera Lares el 23 de septiembre de 1868.
La saga de la Revolución Nacionalista ha llenado importantes momentos de nuestra historia; sí de la nuestra: la puertorriqueña. ¿Se habrá enseñado en nuestras escuelas, aún aquellas bautizadas con el nombre del Padre de nuestra Patria, Pedro Albizu Campos?
Revólveres y fusiles contra ametralladoras y cañones, y el ataque decisivo de una aviación yanqui que bombardeaba sin oposición mientras los puertorriqueños volaban las chiringas de la dignidad, las mismas que al 30 de octubre del 2016 no aparecen ni por los centros espiritistas.No son pocos los boricuas que se arropan con la bandera de la ciudadanía americana a costa de avergonzarse de su nacionalidad que dicen apreciar y defender en las bohemias y fiestas de nuestro folclor, pletórico de arte, música y un compromiso con la cultura de trabajo demostrado en los cañaverales, en la industria y en el renombrado mundo de la excelencia profesional.
Y los que se ríen de nuestra pobreza material y de nuestros sacrificios, toman irresponsablemente a la ligera la sangre que se regara en los campos de Jayuya y de Utuado en ese día en que el orgullo patrio y la dignidad flotaron por la libre, encumbradas por las manos santas de Blanca Canales. En Jayuya.
La lista de nuestros héroes es larga. Fueron muchos los hijos del sacrificio pero fueron otros los que optaron por la coveniencia en vez de la decencia y fueron ellos los que prevalecieron en ese siglo 20 para vender lo que no tiene precio. Y se les tilda de próceres. Fueron más de cincuenta años en los que prevaleciera la mentira para encubrir el colonialismo más degradante que no merecíamos sufrir y que ha torcido las conciencias de nuestra gente hasta llevarlos a pensar en el crimen de disolver una nacionalidad para rendirle pleitesía a una ciudadanía extranjera, que además de ser de segunda clase es estigma perenne de la inferioridad.
Creánme hermanos que proponen la integración de Puerto Rico a la unión federal cuando les digo que para los ‘americanos’; los ‘right true’americans’; los que son dueños del circo, los que mandan; nosotros los puertorriqueños somos inferiores. Y así nos han maltratado como nunca lo habían hecho en este segundo cuatrenio del presidente Barack Obama, que lo demuestra con cada minuto que mantiene preso en una prisión federal a Oscar López Rivera.
Cuando recordemos a Jayuya este 30 de octubre hagámoslo con el mayor respeto a quienes no titubearon en hacer el máximo sacrificio por Puerto Rico.
Señálenselo a esa odiosa manifestación anti democrática que es PROMESA y a sus siete monaguillos empeñados en humillar a Puerto Rico y a la democracia para rendirle tributo al multibillonario Wall Street.
Alejandro, tómate el tiempo de honrar a Jayuya cóntándole a la Junta de Control Fiscal la historia de un Pueblo que ni se vende ni se rinde.