Amenaza y legado de Donald Trump
Ya me parece obvio que Donald Trump es mucho más que un megalómano empeñado en ser presidente de los Estados Unidos y estar al mando de los recursos económicos y militares de la nación más poderosa del Planeta.
Aunque en las últimas semanas ha sufrido serios reveses en su campaña presidencial, algunos de ellos auto infligidos por su palabrería y conducta soez e inmoral y francamente en disonancia con la importancia del cargo que pretende, todavía no se ha dado por descalificado en su competencia contra la demócrata Hillary Clinton.
Trump es lo que en inglés se define como un “wake up call”. Un aviso atronador de que algo anda mal en la democracia norteamericana. Y quizas en todas las democracias. Porque lo que hace atractivo y simpática la sociedad democrática es que nos promete la libertad de todos sus componentes a procurarse el mayor bien posible, ideal que se frustra cuando se es libre para dar rienda suelta al egoísmo y a la codicia sin consideración alguna por los menos aptos o desafortunados que quedan en el olvido de la pobreza.
En la columna que se titula “Los encorbatados”, el compañero Benjamín Torres Gotay sugiere ese antagonismo. Un recorte al gasto público no es meramente un remedio de mejor gobierno, sino que significa el agravar los sufrimientos de quienes necesitan de los servicios de agencias como el Departamento de la Familia. No lo pudo haber señalado mejor ejemplo.
Pero lo de Trump poco o nada tiene que ver con desigualdades de carácter sociológicos o infortunios. Por el contrario, sus argumentos se centran en la critica a un gobierno que pretende precisamente favorecer, con sus intervenciones, a los de menos recursos económicos, a los necesitados y discriminados (Obamacare) incluyendo de manera muy singular, a inmigrantes, latinos, negros e islámicos. Y no cifren sus esperanzas en que, una vez derrotado en las urnas, el monstruo desaparecerá.
Amigas y amigos, el irrumpir de Donald Trump en las altas esferas políticas de los Estados Unidos se trata de un “movimiento” de millones de “americanos” fanatizados por las creencias y el mensaje de un billonario que representa todo lo deshumanizante de una democracia capitalista. Los prejuicios de Trump asoman y son detectados en sus discursos, tantas veces como exabruptos racistas, de género, de fe religiosa o étnicos.
La combinación de los sistemas capitalista (económico) y democrático (político) ha fracasado en la mayor parte del mundo, y prueba al canto son las crecientes desigualdades entre el 1 porciento de los que poseen mas riqueza y el otro 99% y las guerras que han sepultado a millones de jóvenes en el siglo 20, presagiando catástrofes similares en el siglo 21.
Una nación tan dominante en todos los niveles materiales como los Estados Unidos es para, sobre todo, proveerle a sus ciudadanos todas las ventajas en materia de salud, comodidades y muy particularmente una paz que garantice la convivencia feliz de costa a costa; desde Nueva York hasta San Francisco. No hay razón para que en la sociedad “americana” se sufran las desigualdades económico – sociales tan grandes y marcadas entre los muy ricos y los muy pobres. No hay razón para que Washington insista en una política imperialista que los obligue a repartir bombas y misiles por todo el Planeta en vez de compartir sus bonanzas con todo ese mundo agobiado por toda clase de miserias.
El capitalismo tiene que humanizarse o de lo contrario todo el tinglado democrático sobre el cual justifica su existencia se convierte en pura dictadura plutocrática. Así una vez denuncié la dictadura del mercado como una de las más crueles porque, como hija legítima de la competencia, premia solo a los más fuertes, a los ganadores, relegando a un segundo plano el generoso concepto de compartir.
Y me remito a mi primer mandamiento de una ética humanística: “Uno vive en función del prójimo”.
Somos más felices cuando hacemos felices a nuestro semejantes.
Y Mr. Donald Trump es, en presencia y legado, una amenaza a ese mundo mejor.