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¿Y VAN A SEGUIR?

En Puerto Rico nadie mata a un negro por ser negro.

En esa sola oración se resume una de las más importantes diferencias entre la sociedad norteamericana y la puertorriqueña. Por eso es  equivocado pensar que la ciudadanía ‘americana’ del boricua automáticamente nos hace afines  a unos nacionales cuya extranjería cultural es obvia.

Enmiendas a la constitución de los Estados Unidos y una retrahíla de leyes federales no han podido erradicar el prejuicio racial de quienes forjaron esa nación basándose en el eufemismo de “All men are created equal”.  Por lo que hemos visto en los albores del

siglo 21 los ‘americanos’ no estaban preparados mental ni emocionalmente para aceptar el liderato y mandato de un Barack Obama en Casa Blanca.

Como tampoco piensan en la posibilidad de un Estado 51 hispano. Pero a diario uno ve la migración de familias boricuas de clase media y baja girando sobre la cuenta de una ciudadanía ‘americana’ que poco le vale cuando de conseguir un buen empleo se trata. El puertorriqueño es un hispano más y punto.

Lo ocurrido en Baltimore no es casualidad. Es la suma de prejuicios raciales de inspiración bíblica y de las enormes desigualdades económicas que separan a los pobres de los ricos en los Estados Unidos. De aquellos que no pueden pagar por un asiento en un partido de Grandes Ligas  en el béisbol o en el baloncesto de la NBA  donde concurrencias  de decenas de miles de fanáticos  a diario llenan los estadios y los coliseos en la nación más rica y poderosa del mundo.

Se trata también de una sociedad donde la competencia es religión lo que propicia un ambiente saturado de agresividad en un todos contra todos que tantas veces he calificado como darwinismo sociológico. Nosotros, isleños al fin y bendecidos por una naturaleza bondadosa, somos menos agresivos y por ende más generosos. Obviamente, Puerto Rico carece de los recursos naturales para ser un imperio como la nación que nos invadiera en 1898 y huelga decir que nosotros no tenemos enemigos.

Por el contrario, Estados Unidos ha  guerreado en medio mundo y  la mayoría de esas intervenciones bélicas  se deben a su empeño de querer salvaguardar sus intereses económicos y su hegemonía política. Formar parte de esa cultura militarista e imperialista no debe ser propósito de vida para los puertorriqueños que nos bastaría con comer menos a cambio de vivir en paz en nuestro paraíso tropical.

Claro que, allá en el norte, se seguirán acentuando las desigualdades  económicas y los prejuicios   en una lucha de clases interminable. Y  van a seguir los abusos y a la vez las protestas  porque no hay ley que pueda erradicar de  esos seres humanos el discrimen, un sentimiento arraigado en la conciencia de quienes se imaginan a un Cristo blanco y han sido indoctrinados por la alegoría de Adán y Eva. Tratar de atenuar la gravedad de los conflictos raciales en ciudades como  Nueva York, Baltimore etc. diciendo que en nuestra isla también abundan los sentimientos racistas es no conocer por no  haber vivido en esas comunidades.

Sin embargo, mientras el Partido Popular públicamente se divide en cantos para angustia de sus electores y de una manera tan explayada que ni siquiera  provoca críticas de sus opositores políticos, el liderato PNP se monta en su caballo de batalla pidiendo la Estadidad para Puerto Rico. Y escribiendo desde Maryland,  el doctor puertorriqueño que alli vive habla de un apartheid  colonial que sufrimos los boricuas mientras en su vecindad, un  Baltimore arde en llamas de puro fuego racial.

¿Y van a seguir?

Claro que sí ¿Por qué no hablan del apartheid que sufre la  sociedad ‘americana’ y que se refleja en el amotinamiento de los negros y otras minorías desde Los Angeles a Nueva York y pasando por Ferguson, Tulsa, y ahora Baltimore?. ¿Es a esa ‘bendición’ de ambiente que nos quieren llevar los Pierluisi, los Hernán Padilla  y Romero Barceló? Para ser ab initio discriminados porque somos hispanos, trigueños y muy particularmente: puertorriqueños.

La ciudadanía ‘americana’ del puertorriqueño solo le sirve  para expatriarse y en ese proceso asimilarse a una sociedad cuyas mayorías lo tratan como un   extranjero y no como un conciudadano

 

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