¿Qué nos haríamos sin ella?
Viene por ahí un Plebiscito el 11 de junio. Es uno muy especial hecho a la medida de un resultado: el triunfo de la Estadidad. Y será boicoteado por más de un 70 % del electorado puertorriqueño. De seguro, claro, votarán los anexionistas y ya, en avanzada, llegó la propaganda de integración con la bomba atómica de la ciudadanía ‘americana’ del puertorriqueño. Llegó ‘tumbando caña’ al son de:
¿QUÉ NOS HARÍAMOS SIN ELLA?
Se trata del grito del desnacionalizado y de algunos colonizados que desbordan su ansiedad e inseguridad en esa expresión de pura inferioridad. En vez de validar su ciudadanía puertorriqueña, la que corresponde a nuestra nacionalidad, se arropan con el estigma del carimbo imperial y, se asustan al extremo de que no valoran para nada su inteligencia, su capacidad de trabajo, su idioma, su acervo cultural y más de cientos de años de vida civilizada en su paraíso tropical. Y uno se pregunta.
¿QUÉ ADMIRAN EN LA AMÉRICA DE DONALD TRUMP?
Admiran la riqueza y el poder, en fin, la superioridad de una nación donde prevalece la desigualdad, el prejuicio y un discrimen racial muy acentuado hacia las minorías incluyendo los latinos, a los que, como nosotros hablamos español.
Y así pretenden culminar con la Estadidad el valor jurídico que nunca ha tenido ni tiene su ciudadanía de segunda clase. He ahí la igualdad.
Les espera la tristeza del desprecio, del discrimen y del rechazo de quienes nos regalaron con la Ley Jones un ‘paquete’ de ciudadanía que solo sirve como identificación legal. Muy lejos de tener raíces constitucionales como alegan algunos ‘constitucionalistas’ cobra valor jurídico el ‘paquete’ cuando nos mudamos a un estado de la unión federal. Para eso si nos sirve esa ciudadanía para ex patriarnos. Muy cara nos cuesta esa jugada.
Para lo que NO NOS SIRVE es para reclamar el derecho de admisión como el Estado 51. Pero el Partido Nuevo Progresista ha cultivado entre sus huestes la idea de que esa ciudadanía de pacotilla es, incluso, una promesa de Estadidad. Nada de eso. El propósito al dárnosla en 1917 fue asegurar la lealtad del puertorriqueño a los Estados Unidos en sus planes imperialistas, de paso, perpetuando nuestra status de colonia.
Los nacidos y residentes de Puerto Rico siguen siendo ciudadanos puertorriqueños según la Ley Foraker y claro, por derecho natural. La ciudadanía ‘americana’ fue impuesta por una LEY y puede ser revocada por otra ley. Para el gobierno de los Estados Unidos seguimos siendo AMERICAN NATIONALS ciertamente como la Sra. González que, en el año 1903, para entrar y salir de Puerto Rico a Nueva York fue identificada como tal por un tribunal de esa metrópolis.
Menciono el dato, porque el penepé le atribuye a esa ciudadanía ‘americana’ del puertorriqueño la potestad de poder viajar a Estados Unidos y regresar a Puerto Rico cuantas veces quiera. Pues no la necesitan ni para eso. Pero ese es otro ‘paquete’.
QUÉ DESILUSIÓN para los que creen que su ciudadanía ‘americana’ es la gran cosa. Es en realidad algo muy parecido al ‘paquete’ del pacto que fundamentaba la legitimidad del Estado Libre Asociado. Y es que hay embusteros en ambos partidos y en las Naciones Unidas ni se diga. Sólo al mudarse el boricua para, digamos, Georgia, adquiere valor jurídico esa ciudadanía yanki y nada que ver con raíces constitucionales.
Bastaría repasar y estudiar las discusiones en las vistas congresionales celebradas en el 1916 referentes al proyecto Jones – Saffroth.
Un congresista indignado argumentaba en contra de concederle la ciudadanía americana a los puertorriqueños diciéndole a otro: “You mean to tell me that we are going to give our precious citizenship to one million illiterate and uncivilized portorricans?”
A lo que el otro contesta: “Not really”.
La ciudadanía puertorriqueña es la que corresponde perfectamente con nuestra nacionalidad. Hagámosla valer con una soberana dósis de libertad.