Mónica Puig honra a su patria
Jugando un tenis de excelencia mundialista, la boricua Mónica Puig le brindó a todos los puertorriqueños una alegría que nos hizo olvidar un año 2016 de frustraciones y tristezas, para sentirnos orgullosos de haber nacido en nuestro precioso Puerto Rico.
Quienes puedan pensar que el oro logrado por Mónica en los Juegos Olímpicos de Río de Janeiro es meramente una conquista personal, no entiende el valor cultural del deporte y más aún para un Pueblo que lleva siglos tratando de afirmar su identidad como una nación isleña de habla hispana y personificada por una mezcla de blancos, negros e indios en el ambiente bondadoso del Mar Caribe.
El filósofo español José Ortega y Gasset definía el deporte como un esfuerzo generoso. No se me ocurre expresión más acertada para describir la gesta de Mónica el sábado cuando regaló a sus compatriotas una medalla de oro que vale billones. Y nos quedamos cortos porque no hay manera de auditar la riqueza de nuestra nacionalidad y el reconocimiento que, de nuestra valía, hacen todas las naciones del planeta que aplauden a nuestra reina del tenis olímpico.
En cuanto al futuro de Mónica en el deporte, me atrevo a pronosticar que seguirá escalando posiciones en el ranking de la WTA hasta llegar a ser la número uno en ese mundo de supremacía profesional. Posee todos los recursos para lograrlo.
Pero ninguno de los honores y premios que pudiera lograr en el futuro nos hará olvidar cuando un 13 de agosto del 2016 en Río de Janeiro, Brasil, hizo sonar los acordes de “La Borinqueña” en el más prestigioso de los escenarios mundiales, honrando así a su única patria: la de ella, la tuya, la mía y la de todos los puertorriqueños.