Alejandro García Padilla  visitó a Oscar López Rivera en la prisión federal de Terre Haute en un gesto que confirma la calidad de su personalidad como humanista, como puertorriqueño y como un gobernador capaz de representar con valentía las causas justas de su Pueblo, de su gente, de su Puerto Rico.

Y créame que no me sorprendió ese gesto de pura belleza moral porque en el poco tiempo que he compartido con Alejandro he podido apreciar su sensibilidad y el cariño con que trata a sus semejantes. Este boricua de Coamo, con quien puedo diferir en ideologías y quehaceres políticos ejemplifica el aforismo de “es bueno ser importante pero más importante es ser bueno”.

La sola mención de Oscar López Rivera me conmueve a tal grado que ni siquiera pude leer las cartas que escribiera a su nieta. Los primeros párrafos de su primera carta me hicieron llorar. Y es que Oscar personifica a Puerto Rico, a mi patria aprisionada por la injusticia del coloniaje.

Le escribí una sola vez desde mi hogar en San Sebastián para decirle que me avergonzaba de vivir en la libre comunidad de su querido Pepino mientras él vivía encerrado por mi y por sus compatriotas. Ver como mi queridísimo amigo Eduardo Villanueva lo visitaba periódicamente y luchaba a diario por su ex carcelación ponía en evidencia lo poco que yo hacía por la independencia de Puerto Rico.

El abrazo que le diera García Padilla  a Oscar en su cautiverio fue el de millones de puertorriqueños y un reconocimiento y gesto de gratitud de esa magnitud solo podía hacerlo una persona: el Gobernador de Puerto Rico.

Que se mire en ese espejo el presidente de los Estados Unidos, Barack Obama y HAGA LO QUE TIENE QUE HACER.