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En guerra avisada, sí muere gente

Todo al mismo tiempo. La semana pasada todos los cantazos parecían llegar uno detrás del otro, cual coreografía magistral que corría como reloj suizo.
La aprobación de Promesa en el Congreso; su firma por parte del presidente de los Estados Unidos; las moratorias decretadas por el gobernador de Puerto Rico; la confirmación de un impago masivo; la anhelada divulgación de los estados financieros de Puerto Rico; y el más reciente Índice de Actividad Económica confirmando que nuestra economía en mayo siguió decreciendo, todos llegaron dentro de un periodo de menos de 48 horas.
Los golpes desfilaron como si se hubiese tendido una alfombra roja para verlos llegar en sus mejores galas. Izquierdazos fuertes que en esencia no deberían sorprender, considerando toda la información que hemos publicado por una década sobre los peligros de la creciente deuda, el desgaste del modelo económico y la práctica de legislar y asignar fondos sin fuentes de repago. En guerra avisada, entonces, sí muere gente.
Lo que sí debe sorprender es la enajenación que ciertos grupos aún demuestran ante la realidad que Puerto Rico encara. Para tratar de aterrizar a aquellos que aún habitan en un universo paralelo, hoy en nuestra revista Negocios de El Nuevo Día, la periodista Joanisabel González reporta sobre la crítica coyuntura en la que llega el impago y la junta de supervisión fiscal a Puerto Rico, los retos que esto representa, pero también las oportunidades que podrían emanar en el proceso. Mientras, la periodista Marian Díaz, analiza el impacto que tendrá falta de liquidez del Gobierno en el sector privado y los suplidores.
Si bien se avecinan tiempos difíciles, es medular internalizar que el pataleteo nos servirá de poco, ya confirmado a viva voz nuestro status de colonia.
Lo que sí tenemos que hacer es trabajar fuerte e insertarnos en la lucha para lograr soluciones que nos lleven al desarrollo económico y a la disciplina fiscal. Con junta o sin junta, debemos aspirar a que Puerto Rico crezca y a dejar atrás, de una vez por todas, ese irresponsable gasto público que nos ha traído hasta este bochornoso punto.
Sin duda, hay elementos que no dependerán de nosotros, como conseguir exenciones a las leyes de cabotaje. Pero sí podemos atar los incentivos que le damos a las empresas foráneas a que le compren productos y servicios a suplidores locales. Podemos facilitar el otorgamiento de permisos para propiciar el crecimiento de la empresa nativa. Podemos seguir eliminando barreras para el desarrollo económico y podemos hacer una reingeniería total de un Gobierno que hace años dejó de servirle bien a su pueblo.

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