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La revolución que necesita la Isla

Mientras se intensifica el ruido de las trifulcas y los choques de visión que se escuchan día a día en Puerto Rico, en paralelo, nos inunda el ensordecedor silencio que trae consigo la carencia de agallas para generar cambio.
Queremos que la economía crezca, que Puerto Rico florezca nuevamente, pero no nos arriesgamos a tomar las decisiones necesarias para propiciar una verdadera y profunda transformación.

Puerto Rico no quiere aprender, no quiere innovar, no quiere tomar riesgos, no quiere salir de su zona de confort. Seguimos dormidos, soñando con la prosperidad de antaño. Aquella que fue financiada por esos $72,000 millones y que ahora no podemos pagar. Añoramos lo que el viento se llevó y nos perfumamos con la nostalgia de épocas doradas.

Recordamos con sollozo cuando en la Isla se vendían sobre 140,000 autos nuevos en un año; cuando las emisiones de deuda se daban con la fluidez de un vals; cuando el cemento y la varilla eran espina dorsal de una industria que lucró a muchos, para luego quebrantar a muchos más; clamamos por el retorno de las 936; y añoramos cuando en Puerto Rico “había obra”, sin importar lo que costara ni quien la terminara pagando.

Ahora nos toca despertar. Nos toca abrir los ojos al hecho de que esos tiempos no volverán tal cual y que para regresar a los añorados números negros, tenemos que hacer las cosas de manera diferente, tomar riesgos, sacrificarnos y ejecutar una reingeniería total de cómo operamos tanto en el gobierno como en el sector privado y la academia.

Nuestra situación cambió. Las reglas del juego son otras. La población es menor y la deuda es mayor. Tenemos que buscar nuevas formas de crecer, de hacer las cosas, de llegar a nuevos nichos. Tenemos que hacer del gobierno uno eficiente y en el proceso reducir dramáticamente nuestra dependencia de él. Cortar donde haga falta, pero agregar donde se requieran recursos para generar riqueza. De nada vale aumentar impuestos para seguir sufragando una estructura que no funciona, ni propicia crecimiento.

La discusión pública sigue un curso errado. Cada bando brinda una retórica diseñada para ganar elecciones y reclutar adeptos, mas no para evitar la hemorragia de capital, talento y de patria. La posible solución ya no es, ni será, remar todos en la misma dirección.

La solución radica en una pequeña parte de la población, de distintos trasfondos e ideologías, pero que está dispuesta a pensar distinto, a ser disruptiva, a generar cambio. Solo una revolución detonada por seres pensantes, quienes trabajan contra viento y marea para innovar y crecer pese a un entorno en extremo convulso, podrá propiciar el cambio. Ese pequeño, pero diverso grupo, tiene que levantar su voz, implosionar el sistema con ideas y reconstruir con ejecución una Isla llena de potencial y capaz de lograr lo que se ponga como meta.

(Twitter: @rafalama)

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