En nuestra niñez, si somos afortunados, tenemos a un padre o a una figura que ocupa ese rol, que nos va enseñando las cosas más elementales de la vida, desde correr una bicicleta hasta la importancia de no romper la alcancía por cualquier capricho.

Nos enseñan a nadar, a pescar, a multiplicar, a reconocer el valor de ser honestos. Nos dejan claro que para triunfar en la vida, primero hay que sudar, y mucho.

Nos enseñan que los excesos son nocivos, que las profundidades del mar son peligrosas, pero que navegarlas llena el alma. Nos explican que la cortesía no cuesta, pero que su valor es incalculable, que poner a la familia primero le hace bien al corazón, y que leyendo aprendes mucho más que viendo televisión. 

Nos enseñan que en la vida hay que hacer lo que te apasiona, pero que también es medular buscar la forma de no morirte de hambre en el proceso.  

Nos inculcan que no podemos tomar sin permiso lo que no nos pertenece y nos hablan sobre la importancia de tomar riesgos calculados. Nos recuerdan que abrirle la puerta a una dama, más allá de cortesía es una obligación y que el respeto a nuestras madres va por encima del cualquier cosa.

Nos enseñan que en la vida nada  es gratis, que lo bueno cuesta, pero que al final del día, para ser feliz,  son muy pocas las cosas materiales que realmente necesitas. Nos enseñan que mirar las estrellas es terapéutico, que Bruce Lee es un héroe del celuloide, pero que en la vida real no hay necesidad de recrear esa violencia. 

Nos enseñan que viajar el mundo es la mejor escuela, pero que nada se compara con estar en la tierra que te vio nacer.  

Aquellos que hemos tenido la fortuna de tener padres ejemplares, no podemos olvidar sus enseñanzas, sobre todo en medio de la crisis que Puerto Rico enfrenta. 

Todo lo arriba mencionado lo aprendí de mis padres. Algunas de estas lecciones me las dijeron al oído, mientras que otras las aprendí al observarlos. Mi misión y mi reto es tratar de aplicarlas a diario.   

Puerto Rico está lleno de padres buenos que han impartido excelentes lecciones a sus hijos. Es vital no olvidar esas enseñanzas y ponerlas en práctica sobre todo ahora, en medio de un panorama lleno de incertidumbre, donde abunda el ruido ensordecedor de la auto flagelación y del escepticismo.

Mi padre me enseñó que “tierra de todos es tierra de nadie” y que si queremos lograr cambios no podemos descansar en que alguien los va a hacer por nosotros. 

Hoy día, esa lección cobra más relevancia que nunca, sirviendo como un llamado a tomar acción. Una invitación a convertirnos en agentes de cambio.

Felicidades a todos aquellos padres que de una forma u otra han servido de agente catalítico para que los que nos quedamos aquí, en nuestra querida Isla, sigamos luchando por un Puerto Rico mejor. Un Puerto Rico capaz de grandes cosas.