Un coco con los huracanes
Los que me conocen saben que tengo un coco con los huracanes.
Cuando apenas son depresiones tropicales saliendo de Cabo Verde por allá, al oeste de África, ya las voy mirando, inspeccionando con una emoción que me ha costado el regaño de buenos amigos…menos de mi madre: de ella parece que heredé esta pasión por estos artefactos naturales.
De ella saqué ese gozo carnavalesco que me recuerda cuando, de niño y se acercaba uno, me permitían acostarme tarde y comer de todo pues no había clases.
Sin embargo, con Irma fue otra cosa. Desde que asomó su rostro en el Atlántico, le perdí el interés. Le cogí manía. Y cuando mi madre me habló por teléfono desde Puerto Rico creyendo que estaba a punto de celebrar el bautismo de Irma, la bajé de su nube. “No mami. Este no me gusta nada”, le dije.
Pensé que me había librado de ella pues me mudé de Puerto Rico. Pero ahora, el poderoso meteoro viene directito a la Florida central, en donde vivo hace casi un mes, y se encamina a pasar cerca de la zona central, espacio que comparto con un millón de boricuas.
Yo sé cómo es la cosa con un huracán en Borinquen. Pero por estos lares no sé claramente qué esperar.
Los preparativos no tienen el tono de caos a los que estoy acostumbrado. En los supermercados escasea el agua, pero no vi ningún pandemonio en las tiendas, excepto por una pelea de mujeres por una caja de botellas de agua en un Walmart en Kissimmee. Tampoco vi filas interminables en las estaciones de gasolina.
Es más, ni los alcaldes se mataron por aparecer ante los medios con atuendo de huracán (gorra, chaqueta y cara de circunstancia). Todo lo contrario: el ejecutivo municipal de Orlando, Buddy Dyer, vino a hacer su primera conferencia de prensa el viernes, casi en la víspera de que el huracán Irma tocara las costas de Miami.
En Puerto Rico, los tenemos por días en las conferencias que suelen efectuarse cada cinco o seis horas luego de los boletines del Servicio Nacional de Meteorología. Esto, reconozco, lo echo de menos.
Acá, eso de ofrecer información detallada a los medios, de permitirle la entrada a los refugios o de dejar que los periodistas se queden trabajando en los centros de manejo de emergencia no existe. Distancia y categoría.
Hoy, a horas de que Irma llegue a esta península, me muevo a un lugar seguro donde pueda estar con mi familia. Percibo que el lugar donde tengo mi vivienda temporera no es seguro. Quizás esté equivocado, pero quiero hacerle caso a mi instinto. Se trata de lograr un balance entre mantener la información fluyendo desde acá al tiempo que busco un lugar fiable. Y este es siempre el reto del periodista durante eventos extremos.