Dos islas
La noche en que el vicepresidente habló ante miembros de la congregación Iglesia de Dios en Kissimmee y dijo que “Puerto Rico se levantará” y que “el coquí volverá a cantar más fuerte que nunca” muchos se pusieron de pie y aplaudieron a rabiar.
Hasta a mí me causaron emoción sus palabras hasta que el avión de la realidad aterrizó en mi corazón cinco segundos después. Escuchaba los aplausos como en sordina, y se apagaban en mis oídos mientras mi mente recordaba las imágenes que horas antes había visto en la televisión: mis compatriotas boricuas siguen sin servicio de electricidad; los alimentos no son suficientes o no llegan a pueblos de la montaña; la gente lava ropa en los ríos, y otros cientos quedan atrapados en tapones infernales pues no hay quien ponga orden cuando la gente sale desesperada tratando de comprar gasolina o comida.
Sí. Puerto Rico se levantará, pero la magnitud de la devastación requiere más que palabras bonitas. Sí, las palabras son poderosas y ayudan a levantar el espíritu y a crear entusiasmo. Inspiran y ayudan a edificar el alma. Pero hace falta más para mi Isla. Y si en algún momento fuimos buenos para pelear en las guerras o para experimentos con medicamentos, ahora es momento de que la ayuda que merecen los 3.4 millones de ciudadanos llegue, y llegue ya.
Sé que Trump ni Pence leerán este blog. Dudo que los congresistas boricuas se asomen por aquí y no creo que los legisladores puertorriqueños en Florida sepan de la existencia de este espacio.
Pero en mi desahogo, hago lo posible para exorcizar estos “demonios” mientras observo dos islas: la que describen algunos políticos que aseguran que la ayuda llegó y que todo marcha en orden; y la que me dibujan mis familiares sobre un Borinquen con noches oscuras en las que da miedo hasta asomarse al balcón; sus alocuciones sobre la falta de alimentos en los supermercados, sus descripciones sobre un Puerto Rico que apenas reconozco…