El derecho a la vida
El mundo está en crisis por la pandemia del coronavirus y las medidas extremas que han tomado las autoridades en todos los países sin duda afectan los derechos individuales y colectivos.
Pero hay un derecho supremo que debemos proteger: el derecho a la vida, y ese es el que está en juego ahora.
Estamos obligados a poner en suspenso, de momento, las reivindicaciones sociales por las que luchamos y a dejar en manos de las autoridades la imposición de restricciones a la libertad a la que tenemos derecho, en aras de la protección de nuestras vidas frente a un enemigo tan novel y mortífero como el coronavirus.
Nada es más importante ahora para la preservación de la salud que cumplir con las restricciones impuestas el domingo por la gobernadora Wanda Vázquez, que requieren a los ciudadanos quedarnos en casa.
Las excepciones a la orden ya las conocemos. Los trabajadores esenciales del gobierno y la empresa privada no pueden quedarse en casa, pero si no hay escuelas ni universidades abiertas; si el comercio que no sea de alimentos y medicamentos está cerrado; si no hay cines, ni centros comerciales, ni competencias deportivas, ni parques, no hay excusa para incumplir.
Ir al supermercado, que está permitido, no puede ser actividad familiar. Hay que hacerlo individualmente y guardando las distancias recomendadas por las autoridades de Salud para evitar el contagio. Lo mismo aplica a las visitas a la farmacia, o al médico siempre que sea posible.
La higiene personal es primordial, sobre todo el lavado frecuente de las manos con agua y jabón.
En Puerto Rico había hasta el domingo cinco casos confirmados de coronavirus. Sin duda ocurrirán más, pero no tienen porqué ser mortales.
No renunciamos a nuestros derechos y reivindicaciones. Solo los aparcamos en favor del derecho supremo que nos permite luchar por todos los demás: la vida.