2020: el año de la cosecha
En el verano de 2019, los puertorriqueños demostramos que nuestra paciencia no es infinita, pero los políticos, tal vez con excepción de Ricardo Rosselló— que de político tenía poco— no se enteraron de nada.
En realidad, es injusto meter a todos los políticos en el mismo saco —los hay con conciencia y dedicación—, pero muchos de los que cuentan este cuatrienio, los que están en el poder, poco aprendieron y lo demuestran a diario.
Primeramente, vemos que no hay propósito de enmienda en el liderato novoprogresista legislativo. Y en algunos dirigentes de oposición tampoco.
Siguen hablando igual, actuando igual, prometiendo lo que no van a cumplir porque no quieren, o simplemente porque no está en sus manos.
La subsistencia de la Junta de Supervisión Fiscal es un buen ejemplo. El organismo creado por la ley federal Promesa en 2016 depende del gobierno de Puerto Rico para su financiamiento, pero no responde a la Fortaleza ni al Capitolio. Mucho menos al pueblo. Por el contrario, las decisiones fundamentales las toman sus integrantes.
El presupuesto, el plan fiscal, los salarios, la infraestructura eléctrica, en fin, la economía y nuestro futuro fiscal, todas las decisiones están en sus manos.
La responsabilidad por las consecuencias de esas decisiones no. Las culpas residen en Puerto Rico y en sus funcionarios electos y designados.
Por eso, proponer la eliminación de la Junta Fiscal, como hacen algunos políticos sin poner sobre la mesa alternativas viables o medios legítimos para hacerlo, es engañar a los electores. Cuando menos, intentar engañarlos.
La mejor promesa de campaña que se le puede hacer a los electores es la de gobernar con honestidad. Esa es la medida. Es lo que exige el país.
Decía anteriormente que nuestros políticos, en términos generales, no aprendieron nada del verano del 19. Creyeron que la indignación colectiva tenía que ver exclusivamente con Rosselló. Que yéndose él, como se fue, quedaba satisfecho el país.
No es cierto. Los ciudadanos están lejos de la satisfacción, ya ni siquiera les basta con el conformismo en que se vivió por años y que se rompió en julio pasado.
La calma que muchos políticos confunden es reflexión, observación, tregua. Un tiempo de gracia para que los políticos entiendan que les puede ir igual de mal que a Rosselló.
El período de radicación de candidaturas para las elecciones de noviembre próximo nos dejó una variedad amplia de nombres que buscan lugar en las papeletas de votación. Un número de ellos tendrá que jugárselo en las primarias de junio.
Todos, pero sobre todo esos que irán a primarias, principalmente los que aspiran a ser nominados para la gobernación por los partidos principales, deben hacer retrospección en estos meses.
Son meses de campaña, de promesas, de propuestas, pero también de rendimiento de cuentas. Que no se les olvide.
El 2020, cuando se cumpla un año de las históricas protestas contra la corrupción y la incompetencia, tal vez no traiga consigo el sonido de las manifestaciones multitudinarias, pero sí la fuerza del voto.
Es verdad que el nuevo año podría exaltar el optimismo natural, aderezado por tratarse de año electoral. No obstante, no debemos permitir que el entusiasmo derrote el sentido de indignación colectiva.
El 2020 es el año de volcar en las urnas las esperanzas que nacieron de la unidad de propósito que nos marcó en 2019.