El #metoo boricua es un sueño
Denunciar actos de acoso sexual en Puerto Rico es cuesta arriba, como lo han demostrado casos tan recientes como el del exalcalde de Guaynabo, Héctor O’Neill.
Cuando una exempleada municipal denunció a O’Neill, en lugar de solidaridad de parte de la población femenina encontró repudio, burla y, como no, incredulidad.
En mi cuenta de Facebook, cualquier entrada sobre el caso de O’Neill atraía comentarios vulgares que ponían en duda la honestidad de quienes se quejaban contra el entonces alcalde e inclusive cuestionaban la integridad moral y ética de la exempleada municipal. Esos fanáticos, entre los que había mujeres, le creían a O’Neill.
Costó mucho procesar a O’Neill, obligarlo a renunciar a la alcaldía, expulsarlo de sus cargos partidistas. Ni el gobernador Ricardo Rosselló, con sus amenazas públicas a O’Neill, pudo moverlo de su bunker en Guaynabo durante mucho tiempo.
El problema está en que no queremos llamar a las cosas por su nombre. Preferimos darle la vuelta a todo. Si el funcionario robó, pues le pedimos al oído que renuncie y ahí se acaba el asunto. Si acosó, pues lo mismo. La cosa es no coger al toro por los cuernos.
El caso reciente del destituido director de Turismo, José Izquierdo, lo confirma. Después de que el funcionario se va dizque porque no estaba de acuerdo con la absorción de la Compañía de Turismo por el Departamento de Desarrollo Económico, se anuncia discretamente y sin muchas explicaciones que esta segunda agencia “activó el protocolo” que atiende querellas de hostigamiento sexual.
¿Qué harán con la querella? En primer lugar, el supuesto acto de acoso ocurrió en Turismo, no en Desarrollo Económico, por lo que nada puede hacer esta agencia para resolver el caso. Sin contar con que el querellado, Izquierdo, ya había sido castigado con el despido.
El fanatismo político, como el religioso, mete miedo. Aquí la militancia de los partidos políticos, el llamado corazón del rollo, es tan apabullante que amedrenta inclusive a quienes han sido favorecidos en algún momento por la ceguera partidista de sus seguidores. Y no se atreven a actuar.
Así que pensar en que aparezca en Puerto Rico un movimiento #metoo, como el que ha provocado la caída de tantas figuras del cine, la televisión y la política en Estados Unidos, es un sueño inalcanzable.
El #metoo de allá es el mito, el mi-to, de acá.