La batalla entre quién eres y quién serías
Desde el momento que despiertas estás allí. Insertado en un campo de batalla, enfrentando un enemigo que no descansa, no duerme y no perdona.
Perder no es una opción. Lo que está en juego es demasiado valioso y créeme, es preferible no enfrentar sus consecuencias.
Sin embargo, es una pelea que subestimas por su silencio. No ves a otros soldados, ni sangre, ni muertes, ni violencia.
Solo estás tú y el adversario. Quién mirándolo detenidamente, te resulta algo familiar. Te asomas sigilosamente para intentar descifrar su semblante.
Por fin te das cuenta… eres tú… pero en el futuro.
Estés consciente o no, cada día que pasa, participas de la misma batalla que tus ancestros también batallaron por siglos; lograr discernir entre la felicidad momentánea y la felicidad futura.
Dos momentos encontrados. Dos realidades distintas. Ambas posicionándose por el premio triunfal: tus decisiones.
¿Por qué?
Porque ambos dependen de nuestras decisiones. Quién eres hoy—tus oportunidades, como tu luces, la calidad de tus relaciones, y el dinero que tienes guardado en el banco—son en gran medida, un resultado de las decisiones que tomaste hace 2, 5, hasta 10 años atrás. Y quién tú serás mañana, dependerá mayormente de las decisiones que tomes hoy.
Esto ocasiona fricción. Aunque habrá ocasiones donde escoger a favor del placer momentáneo nos parece inofensivo y atractivo, habrán veces que optar por ello, nos alejará descaradamente de la felicidad futura. Es más, habrán instancias cuando precisamente lo que nos trajo tanto gozo y satisfacción en el momento, nos traerá vergüenza al otro día.
He aquí la raíz del conflicto. Lo que nos inserta en una guerra interminable hasta el último respiro.
Mientras consistentemente racionalizamos nuestro placer efímero—janguiando hasta las 5 de la mañana el día antes de una presentación, deleitando cuanto sabroso postre nos ofrezcan, o comprando las nuevas tenis del mes sin haberlo presupuestado—seguiremos sirviendo religiosamente nuestros impulsos.
Sin darnos cuenta, caemos en un ciclo vicioso, donde nos acostumbramos a vivir por el momento, en vez de luchar por una visión hacia futuro—similar a un adicto persiguiendo ferozmente su próxima nota.
Son los famosos lemas que adoramos: “solo se vive una vez”, “me lo merezco”, o “haz lo que te haga feliz” o, el que decimos en buen lenguaje boricua, “¡que se j*** to’!”
Quizás me dirás; “chico, Raúl, no seas tan dramático, es un tema de balance”.
Sí, pero ese es el reto. La habilidad de apaciguar nuestros impulsos era uno de los enfoques principales de las escuelas filosóficas desde los años de los griegos. La moderación era un valor predicado precisamente por lo difícil que es practicar.
Ni el gran Epícuro, quien fue de los primeros filósofos en identificar la búsqueda del placer como el fin primordial de una buena vida, abogaba por un consentimiento tan desenfrenado de nuestros impulsos.
Es un tema que nos sigue dando candela hoy. Si fuera sencillo aplicarlo, no habría tantas personas inconformes con su peso, ni habría una mayoría de personas ahogadas en deuda.
Juramos que somos seres racionales, pero olvidamos lo influyente que son nuestras emociones.
Es loco, pero es casi como si tuviéramos dos cerebros que casi ni se hablan. Así lo explica el autor Mark Manson en su libro “Everything is F*cked”.
El lado izquierdo es analítico, objetivo y racional. El que busca un sentido a todo lo que ocurre.
El lado derecho, es el emocional, produciendo empatía y pasión. En fin, el que nos hace humanos.
Queremos comportarnos racionalmente, pero nuestras emociones son el motor. Tienen sus pros y contras. Con ellas podemos superar obstáculos inimaginables, como también nos pueden llevar a errar, herir y lastimar a otros, o incluso, a nosotros mismos.
Entonces, si tenemos la capacidad de ser nuestro mejor o peor enemigo, la pregunta es: ¿Cómo ganamos la batalla?
Hay varias opciones;
Podríamos practicar filosofía e iluminación, renunciando a nuestras pasiones retirándonos hacia una montaña en Cayey como los monjes budistas.
Podríamos seguir engañándonos, ejerciendo “autocontrol” a diario al azar y rogar que eventualmente tomemos mejores decisiones.
O, podríamos anticipar nuestra humanidad y limitar nuestra habilidad de tomar malas decisiones implementando rutinas y sistemas que automaticen mejores resultados.
Tomemos por ejemplo los dos temas más escrutinados en nuestra cultura moderna: la nutrición y el dinero.
La nutrición y el dinero
Seamos honestos. Si supiéramos ejercer el autocontrol y el uso de la razón a diario, no habría una industria multimillonaria sobre el bienestar.
Existe una gama de información gratuita explicando los mismos problemas—cómo rebajar, como crecer músculo y como obtener y retener capital.
Revistas, Coaches, Libros, Programas, Influencers—todos promoviendo el mismo mensaje: Auto-control. Disciplina. Compromiso.
Corillo, gracias… ¿pero, en serio?
No es que estén mal, pero esto ya lo sabemos. Aunque cada uno tenga su propio método y estilo, en general sabemos lo esencial: Para mantener un peso saludable no debemos comer más de lo que debamos, mientras practicamos alguna actividad física y para estar económicamente saludable debemos gastar menos de lo que ganamos.
En otras palabras, terminamos en el mismo tema: M-O-D-E-R-A-C-I-Ó-N.
Suena lógico, ¿no? Si supiéramos ejercer nuestro autocontrol no habría ni que discutirlo.
Sin embargo, estudios indican que el 70% de las personas en Estados Unidos—país más rico del planeta—admiten estar en algún tipo de adversidad financiera. Similarmente, sobre 70 millones de personas, o un 42% de la población en Estados Unidos está obesa y en Puerto Rico no estamos lejos con cerca de un 35%.
El problema entonces no pareciera ser falta de conocimiento. Es psicológico.
No es un problema intelectual. Es un problema emocional.
No hay que ser científico para concluir que los datos reflejan que el consejo de moderación no resuena.
¿Será porque no apela a nuestras emociones?
En vez de ser dirigidos por la parte lógica y analítica de nuestro cerebro, quién realmente provoca acción son nuestras emociones. Es lo que nos empuja, lo que nos mueve, lo que nos inspira.
Piénsalo. Cuando sudas las manos por ansiedad y estrés, es tu cuerpo reaccionando a tus emociones. Igualmente cuando lloras por empatía o te contentas por algo, ¿qué dices? ¡Estoy “emocionado/a”! Nuestras aspiraciones nos motivan porque nos traen esperanza.
Y la esperanza no es más que una historia positiva que nos contamos sobre el futuro. Por eso las historias son tan poderosas; apelan a lo que realmente fortalece nuestros patrones de comportamiento, nuestras emociones. .
Compras compulsivamente, o te comes el cheesecake de guayaba no porque te conviene, sino por el sentimiento que produce.
Es como lo explica el autor Seth Godin en su libro “This is Marketing”:
“Nadie compra una billetera de cuero roja porque necesita una billetera, o porque le gusta el color rojo, la compran por la manera que esa billetera los hace sentir”.
No importa la data que te enseñen sobre la obesidad o lo nefasto que sea el interés de una tarjeta de crédito, eres capaz continuar ininterrumpido, cometiendo los mismos errores. Sea justo o no, los números no convencen sin una buena narrativa.
Y si ya tienes incrustado en tu subconsciente que no hay esperanza, la idea de cambiar o mejorar te resulta imposible.
Es lo que el autor Ramit Sethi define en su libro “I will teach you to be Rich” como los guiones invisibles que nos convencen a continuar patrones tóxicos.
“Mi familia siempre ha sido así”.
“No soy bueno en esto”
“No tengo tiempo”
“No me lo merezco”
“Nadie me enseñó esto y no sé por dónde empezar”
Además, discernir y desarrollar mejores criterios de evaluación es retante. Es intelectualmente y emocionalmente más conveniente escoger lo fácil y procrastinar lo difícil.
Es más fácil escoger lo que nos hace feliz al momento sin considerar las consecuencias a largo plazo. Es más conveniente para nuestro ego pretender que “estamos bien” en vez de leer o estudiar del tema que nos está ocasionando tantos problemas.
Son los patrones que repetimos una y otra vez. Nos convencemos que la tarea es muy difícil y nos paralizamos. O quizás empezamos, pero al poco tiempo nos resbalamos y concluimos que no podemos.
No lo digo para juzgar, lo digo porque he estado ahí. Mientras era un CPA joven, soltero, viviendo en casa de mi papá era más fácil mantenerme en peso y ahorrar dinero. No tenía que estudiar del tema ni planificarlo mucho, pues tenía más tiempo y pocos gastos.
Pero la vida trae curvas y cuando me convertí en papá a los 25 sin planificar, me tomó tiempo adaptarme al cambio de vida monumental que había ocurrido. Yo fui de no pagar vivienda y vivir solo para mi, a ser jefe de familia, propietario de vivienda y criar un recién nacido en cuestión de meses.
Toda noción de rutina la perdí. Dejé los ejercicios y de velar lo que comía, mientras fracasaba manejando mi primer presupuesto —¡y eso que era “CPA”! Pagaba todos mis gastos con tarjetas de crédito “para acumular puntos”sin poder saldar el balance a fin de mes y en un abrir y cerrar de ojos acumulé más deuda de lo que podía pagar, mientras parecía a E.T.—con brazos flacos y pipa de cervecero.
Mi narrativa era que no podía. Racionalizando el patrón echándole la culpa a la situación en vez de tomar responsabilidad por él revolú que había creado.
Estaba reaccionando y no planificando. Viviendo de momento a momento, eligiendo placeres momentáneos en vez de sentar las bases para mi futuro.
Hoy día estoy lejos de ser perfecto, pero no soy el mismo. Llevo 4 años madrugando para hacer ejercicios y peso lo mismo que el día de mi graduación de escuela superior. He leído más en estos cuatro años de lo que había hecho en toda mi vida previa y he podido crear un plan financiero para atender mis obligaciones a la vez que guardo para mi retiro.
¿Qué cambió? O mejor dicho, ¿qué aprendí?
El primer paso no es uno racional, es emocional. Todo comienza cuando te adueñas de tu narrativa.
Tienes que creer que puedes, por más difícil que sea. Sino, no habrá ni un Mesías que te resuelva.
Todo cambio es incómodo. Es difícil admitir tus errores y tener que aceptar cuán lejos estás de tu situación idónea. Te da bochorno y vergüenza ajena. Todo esto es cierto.
Sin embargo, admitirlo te libera. Te das cuenta que ese bochorno y sufrimiento es mental. Es un sufrimiento imaginado. Dejas de juzgarte tan agresivamente. Te das permiso a mudar la piel y comenzar de nuevo.
El momento en que por fin decides enfrentarlo, lo inimaginable pasa. Tu ansiedad comienza a disminuir, dando entrada a un puñado de tranquilidad. Te das cuenta que sigues respirando, que sigues vivo y que no pasaste al más allá.
Abres paso a por fin trazar un plan que te pueda redirigir al camino que tanto añoras por regresar.
Es cuando por fin lees un libro de finanzas personales. Cuando logras tabular cuánto tiempo tardarás en saldar tus tarjetas de créditos. O cuando por fin pagas la membresía de un gimnasio o cambias tu menú de comida.
Es cuando estás consciente del problema y por fin estás dispuesto a atenderlo.
La mayoría de nuestra ansiedad nace cuando postergamos alguna tarea que sabemos que debemos atender. Quizás era ideal atender el problema hace tiempo. Cierto, pero el segundo mejor momento es hoy.
“Pero, Raúl, ya he estado aquí, el problema es que me descarrilo…” Pues en ese caso…
Limita tus impulsos emocionales a través de la automatización.
Si ya sabemos que somos propensos a malas decisiones, entonces limita las oportunidades de equivocarte a través del uso de la planificación.
Tu fuerza de voluntad es finita. Es un músculo como cualquier otro, y a través del tiempo se cansa de la misma manera que te cansas levantando pesas. Lo que significa que cada decisión que tomes durante el día, va desgastando tu fuerza de voluntad. Es lo que le llaman “fatiga de decisiones”.
Sabiendo esto, en vez de dejarnos intimidar por la dificultad de cambiar nuestros hábitos y rutinas, mejor opta por automatizar ciertas decisiones de tu día a día.
Programa transferencias automáticas a cuentas de ahorro y/o inversión para que no dependas de tu memoria o del autocontrol. Planifica tus comidas con anticipación, comprando un plan de comida por adelantado o repitiendo platos moderados.
En ambos casos, permites que la planificación actúe por ti. Indirectamente contribuyendo a crear hábitos claves—como pagarte a ti primero y comer de manera saludable.
Elimina tentaciones y negocea con tus emociones
Yo soy honesto conmigo. Yo conozco mis limitaciones. Yo sé que si tengo alguna oportunidad de complacerme puedo caer en tentación sin mucha resistencia.
Así que, con el tiempo he escogido alejarme de esas situaciones simplemente preguntándome: ¿cuál es el costo?
A todos nos encanta salir con amistades. Nada de malo con esto. El problema es cuando lo haces antes de cubrir tus gastos fijos. O cuando te resta de alguna aspiración profesional o personal.
Tus acciones momentáneas pueden ser placenteras al momento… ¿pero aportan a tus metas?
Negocea con tu lado emocional con ayuda del uso de la razón. Recuérdale a tu cerebro los momentos dolorosos que traen tus malas decisiones. O sino, puedes persuadirlo visualizandote una meta cumplida: cuando por fin puedas lucir espectacular en ese traje de boda, o la confianza que saldrá cuando puedas quitarte la camisa en la playa. O el orgullo que vendrá cuando por fin puedas saldar tus deudas o comprar tu casa por haber ahorrado.
Ahora, no te engañes a ti mismo. Si eres dulcero no tengas un menú de postres en la nevera. Si gastas compulsivamente por internet no tengas una tarjeta de crédito registrada en tu computadora.
No importa cuan disciplinado creas ser, esa es una batalla perdida. Dominar tus emociones es una tarea que no expira. Es una destreza que toma tiempo adquirirla, así que, por el momento, mejor aléjate de decisiones dañinas.
Convierte el tiempo en tu aliado.
Adoptar una mentalidad a largo plazo no es una solución innovadora.
No es sexy. No es la fórmula rápida para “rebajar 20 libras en un mes” o “invertir en acciones que triplicarán tu dinero” mientras tomas piña colada en la playa.
No. Pero es accesible. Es real. Las otras estrategias no son duraderas, ni sostenibles. Cambios abruptos no ocurren de la noche a la mañana. Por algo los filósofos creían que la maestría personal era una tarea de vida.
Para adquirir riqueza, salud y felicidad continúa, la estrategia debe ser la misma.
Tomar pasos pequeños no traerá resultados a simple vista pero es matemática sencilla. Es la magia del interés compuesto y la simple moderación de calorías. Poco a poco suman a una vida en armonía.
Donde tanto tu presente y tu futuro están alineados a una misma visión. Sustituyendo el protagonismo, por vulnerabilidad y valentía.
En vez del tira y jala interminable entre quién eres hoy y quién tú mañana, serías.
Sobre el autor:
Soy CPA, Escritor, Conferenciante y Host del video podcast La Maestría con Raúl Palacios. Como eterno optimista, mi meta es compartir historias, que logren inspirar, motivar y ayudar a mi generación puertorriqueña a mejorarse para que juntos podamos contribuir activamente al renacimiento de nuestra isla.
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