Dirigir es una de las dinámicas más importantes y difíciles de realizar por los seres humanos, sean hombres o mujeres.

Es importante por la gran responsabilidad que conlleva hacerlo bien para cumplir con el fin deseado por la causa común y difícil porque requiere entender lo que se pretende  y saber cómo  lograrlo. Sin más elucubraciones filosóficas, vamos al ‘grano’. Se trata, ahora mismo, de nombrar un dirigente para nuestro Equipo Nacional de Baloncesto. En Puerto Rico, el dirigente es más conocido y discutido que la inmensa mayoría de nuestros líderes políticos y jefes de agencias.

Eso se debe, no solamente a la inmensa popularidad de este deporte en nuestra isla, acrecentada por su generosa difusión por los medios de comunicación, particularmente la televisión, sino también porque faltándonos soberanía y reconocimiento internacional en la política, el sentimiento nacionalista del Pueblo Puertorriqueño se desborda en la actividad deportiva y muy especialmente en el baloncesto, donde por más de cincuenta años se nos ha identificado como una potencia, no solo a nivel regional y continental sino en todo el planeta.

Y toda esta fenomenología internacional comenzó con la creación de una liga superior de baloncesto allá para inicios de la década del 1930. Esa  semilla deportiva llegó a convertirse en un Campeonato Nacional que germinó en una camada de baloncelistas como Raúl Feliciano, Pachín Vicens. Teo Cruz, Raymond Dalmau, Neftalí Rivera y un etcétera que culmina con Piculín Ortiz, Carlos Arroyo y Jose Juan Barea.

La década del 1950 fue decisiva en el impulso hacia la excelencia del Básket Boricua porque dirigentes norteamericanos excelentes y famosos como Tex Winters, Jack Ramsay, Lou Rossini y Red Holzman por mencionar cuatro, vinieron a ganar y a enseñar. Ya teníamos un gran valor en Víctor Mario Pérez, como discípulo de Clair Bee, un as del ‘coaching’ en  los Estados Unidos. La mayoría de quienes jugamos bajo su dirección sabemos que Víctor Mario estaba a la par con cualquiera de los ‘americanos’ mencionados.

Tradición siempre fue que el ‘coach’ de nuestro Seleccionado trabajaba los veranos en nuestro Campeonato Nacional. Eso aplicaba también a los jugadores. ¿Porqué? Porque esos tres o cuatro meses de competencia en nuestra isla, intensa y, de costa a costa, constituían tremendo laboratorio de donde surgían canasteros estrellas como también dirigentes, árbitros y oficiales de mesa. El que no entienda eso pierde de vista el factor más importante en la ecuación de excelencia que define el Básket Boricua. No obstante, hubo que tomar muy en cuenta  la llegada del llamado ‘nuyorican’ que sumó mucho a la calidad de nuestro baloncesto, tanto a nivel local como internacional.

Y muy pronto surgieron los dirigentes boricuas, la mayoría de ellos exjugadores de Baloncesto Superior que hicieron innecesaria la importación de tantos mentores extranjeros.

Sin abundar en las historias de los dirigentes, debemos señalar a Lou Rossini como uno de los que más contribuyó al progreso de nuestro básket, no solamente porque ganó tres campeonatos con equipos distintos: Arecibo, Río Piedras y Santurce, sino porque fue un maestro de la defensa y del juego en general. Lo considero, junto a Víctor Mario Pérez pilares de este deporte en Puerto Rico. Ambos tuvieron éxitos internacionales como luego lo tuvieron Flor Meléndez y Julio Toro.

Y ahora tenemos en Eddie Casiano uno que ha ganado un título en el BSN y otro dirigiendo en la liga profesional de México. Sus credenciales incluyen haber sido jugador estrella de nuestro Equipo Nacional y eso es mucho decir. Partiendo de una política de renovación que sugiere la designación de una persona joven, me parece ver en Casiano el candidato lógico para dirigir nuestra Selección. Sin embargo, advierto que el que ocupe ese puesto de tanta importancia también debe representarnos bien fuera del terreno de juego, ya que se trata de un funcionario que debe observar una conducta ejemplar en sus relaciones profesionales y personales.