Por mis nietos…
HASTA HACE POCO pensé que sería parte del paro nacional a mi manera, haciendo lo único que sé hacer decorosamente: escribiendo, trabajando, contando el país desde la perspectiva que siempre lo he hecho, convencido de antemano de la inutilidad histórica que las marchas han tenido para resolver los problemas cada vez más graves de esta isla que va a la deriva sin timón ni capitán y con una tripulación casi ya capaz de hacer casi ya cualquier cosa para sobrevivir.
Hasta hace poco pensé que lo más sabio –que lo más prudente, que lo más conveniente- era pasar el día del paro haciendo lo que mejor sé hacer, frente a esta pantalla, contando la historia de alguien, la vida de otro, reflexionando, inventando este país que apenas existe, este país que amo, este país que ha sido mío durante cuarenta años, este país que pienso y que siento mío por esa manía tan humana de considerar como propio lo que se ama.
Hasta hace poco pensé que pasaría el día del paro imaginando maneras de escribir precisamente sobre este día, pensando quizá que eso de marchar sirve de poco y de nada cuando se enfrenta la clase de adversidad inmensa que nos ha construido la vocación de usura y codicia de unos cuantos personajes tan rapaces como tenebrosos que, por muchos que sean, siguen siendo pocos, si consideramos la cantidad inmensa de personas que han jodido en el camino.
En todo esto pensé hasta hace poco, justamente hasta que recordé a mi abuelo Mario –el padre de mi padre- y lo inmensamente buen abuelo que fue, en especial para mi hermano Raúl y para mí, quienes disfrutamos con un gozo inmenso su existencia en una infancia distante ya hace alrededor de medio siglo en la que seguiremos siendo niños hasta que el aliento nos alcance.
Ya mismo les digo qué tiene que ver mi abuelo en todo esto…
Buena parte de esta única vida que tengo la he pasado en esta tierra. Mis dos hijos y mis dos nietos son puertorriqueños. Mi hogar, mi familia, mi historia, mi oficio, mis pocos amigos, mis afectos, mi existencia y muchos de mis recuerdos y experiencias están construidos con bloques fraguados en lo cotidiano de las últimas cuatro décadas de esta tierra que es en la que he caminado, respirado, soñado, trabajado, dudado, peleado sembrado, sudado, cosechado y varios participios más.
En todo esto pensé hasta la tarde ayer domingo, cuando hablé con mi padre –él en Guadalajara y yo aquí– y me comentó, cuando conversamos sobre la marcha y le dije pensaba ir, que sí, que fuese, porque debía hacerlo, porque él sabía que yo sabía que debía ir.
Y aquí lo de mi abuelo:
Cuando terminé de conversar con mi padre, volví a mi abuelo. Recordé lo extraordinario que fue y pensé en que yo hubiese querido ser tan buen abuelo como él. Pero no, nunca lo he sido… ni remotamente. Y quizá por eso, porque no he sido para mis nietos un abuelo tan extraordinario como lo fue con Raúl y conmigo el padre de mi padre, es que voy a salir a la calle en un rato y marchar al lado de toda la gente buena que ha sido mi gente –de cerca y a la distancia– desde 1977, para marchar por todos ellos y por mis nietos y por mis hijos y por la gente que quiero y por todos los que nos merecemos un mejor Puerto Rico. Marcharé aunque hasta hace poco haya pensado –repito- que no lo haría porque era inútil, porque no hacerlo era lo más sabio, lo más prudente, lo más conveniente… pero si, lo haré, marcharé porque de algo habrá de servir y porque estoy harto de que lo más sabio, lo más conveniente y lo más prudente no funcione.
Y marcharé también por mi abuelo, sí, por él, para que algún día, quizá cuando yo ya no esté, mis nietos recuerden que algo –aunque sea esto– hicimos para que ellos tuviesen país.