El “circo” trágico del Conservatorio
EL CIRCO ES UN oficio hermoso que, como arte, tiene su lugar en el espacio con el que comparte el nombre, o sea el circo, la carpa. Dentro de ese contexto, el concepto alude a un quehacer noble, digno y cargado de resonancias emotivas con el que todos solemos tener una relación de afecto, respeto y admiración.
Cuando el circo se sale de esos confines y sus protagonistas no son los que lo viven como arte -cuando se hace “circo” fuera del circo y quienes lo hacen son, por ejemplo, políticos y gobernantes- el ejercicio se vuelve algo burdo, patético, lastimoso, ridículo, ofensivo, indignante.
Esto retrata de cuerpo entero lo que ha sido el capítulo más reciente en la larga historia de desaciertos vivida en el Conservatorio de Música de Puerto Rico durante los últimos años, con su “quitaypon” de rectores y ex rectores, su ya añeja, desaparecida y truculenta Junta de Directores y el reciente nombramiento -el 16 del mes en curso- de un nuevo presidente de este cuerpo que ayer por la tarde presentó su renuncia a instancias de Fortaleza, luego del coro de protestas que reclamó al Gobernador su destitución.
No conozco personalmente al individuo en cuestión -Noel Matta es que se llama el flamante renunciante- y que yo no lo conozca en modo alguno es un indicador de su capacidad para el puesto. Consciente de esto, hice lo que la era digital nos faculta hacer: lo busqué en Google. Para mi sorpresa -bueno, no tan grande- Google apenas lo conoce. No más de cinco referencias -una es un obituario, no de él, obviamente- y ninguna de ellas da fe de credencial alguna que justifique ese nombramiento al que ayer abdicó.
Graduado apenas el año pasado en el propio Conservatorio de Música -calculo que no debe de tener más de 23 o 24 años- este joven músico de apellido Matta cuyo perfil de Linkedin destaca como referencia principal haber sido “director de campaña de Waldemar Volmar, candidato a la alcaldía de Dorado”, recibió de manos del Gobernador –asesorado, supongo, por unos cuantos sospechosos- de manera tan inexplicable como ilógica la encomienda nada sencilla de dirigir un cuerpo tan complejo como la Junta de Directores del CMPR.
Su renuncia ayer no eclipsa lo insólito, lo inaudito y lo absurdo de su nombramiento como parte de este “circo” que -con perdón de la gente que hace circo como arte- continúa en el Conservatorio en un lastimoso espectáculo “producido” desde la residencia ubicada al final de la sanjuanera calle Fortaleza.
Ayer, la comunidad académica, docente y no docente del CMPR convocó para hoy viernes “la presencia de todos los músicos, alumnos, ex alumnos, clase artística y comunidad en general” para unirse “a la manifestación pacífica “Yo abrazo al Conservatorio de Música de Puerto Rico” y solicitó el apoyo de los medios de comunicación para difundir su mensaje “de justicia social”.
En toda esta tragicomedia disparatada, donde en todos los niveles institucionales del CMPR cada cual arrima la brasa a su sardina, los más perjudicados son los alumnos, la razón de ser fundamental del Conservatorio como entidad educativa -y no cultural, no artística- que se supone que es.
Bien visto, este nuevo episodio en el Conservatorio no es otra cosa que ese viejo refrito dominado por la insensatez, la parejería política y los intereses mezquinos de esa misma vieja camarilla de truculentos personajes que van y vienen -con la compañía de otros advenedizos, nuevos e ineptos, vinculados también estrechamente a cualquiera que sea el partido en turno- para repartirse direcciones ejecutivas, presidencias y membresía de junta, rectorías y otros puestos de confianza, no solo en esta institución, sino en todas aquellas en las que la política tiene injerencia.
Mientras escribo esto, una manifestación tiene lugar frente al Conservatorio. ¿Cuántas protestas similares ha habido antes? ¿Cuántas? ¿Y qué ha sucedido? ¿Qué va a suceder luego de ésta? Iban a pedir la destitución del joven Matta, pero de Fortaleza se les adelantaron y ayer le pidieron la renuncia.
Los estudiantes piden “justicia social” y -haciendo una cadena humana alrededor de su sede en Miramar- están exigiendo también que “la política no se mezcle con las decisiones que afectan el destino de la institución”, dicen, sin entender que ellos son los menos importantes para quienes tienen “la sartén por el mango” en toda esta bacanal de la escasez, en la que unos cuantos de esos siniestros personajes se reparten jirones de un institución agonizante.
Aunque hay quienes dicen que el anuncio de un nuevo rector en el CMPR es inminente -rectora será, se murmura con insistencia- se afirma que Pedro Segarra sigue siendo el rector porque su renuncia -solicitada por el depuesto Matta- no ha sido aceptada por la nueva Junta que -“gugleada” también- produjo los mismos decepcionantes resultados.
Amo, respeto y admiro profundamente a los estudiantes del Conservatorio -muchos lo saben-, al igual que a varios profesores y miembros de la administración -también lo saben. A otros no -me imagino que lo intuyen. Y desde este afecto incuestionablemente testimoniado desde hace décadas es que escribo esto.
La realidad inequívoca –y un noticia atroz, sin duda- es que nada cambiará. Entiéndalo: con rector nuevo o con el mismo, con una nueva Junta o no, nada cambiará.
Nada cambiará porque el mal en instituciones como el Conservatorio de Música de Puerto Rico en realidad no está tanto en la individualidades, no está tanto en los Matta y en sus predecesores, ni en quienes en algún momento los apoyan y los aplauden como focas. Vamos, está en ellos, pero por derivación. El mal realmente está enquistado en el sistema, en el Gobierno -en este y en todos los pasados- que se alimenta a sí mismo de sus propias entrañas con ese apetito voraz e insaciable que obnubila la razón, en contra de la lógica, en contra del sentido común y en contra del bien de quienes deberían ser servidos por aquellos que ostentan el poder.
Si desde la particularidad del Conservatorio este es el circo que tenemos, nada distinto es desde el macro de sociedad, desde el macro de isla -quisiera decir “ de país”, pero vacilo-, un circo trágico con varios rostros indudablemente siniestros, un circo tétrico, un circo macabro en el que los únicos que sonríen son los payasos y solo ellos saben por qué.