Faltaban unas horas para el impacto del huracán María sobre la Isla cuando me despedí de mi novia, mi madre y mi hermano por teléfono para acostarme a dormir. “Quiero que sepas que te amamos mucho, por si estamos muchos días sin hablar”, me dijeron. Para ser honesto nunca pensé que eso sería una realidad.

Cinco largos días pasaron sin saber de ellos. Durante ese período, cualquier notificación que llegara a mi celular hacía que mi corazón se acelerara. Cualquier noticia que leyera o escuchara sobre el área en donde se encuentran me daba un aire de esperanza, pero al mismo tiempo me recordaba que no sabía cómo estaban las personas a quienes más amo en este mundo.

Es inexplicable lo que sentí cuando mi celular sonó y en la pantalla de mi celular apareció un número que comenzaba en 787. Más indescriptible aún fue escuchar la voz de mi hermano decirme “Hello, ¿Javi?” por primera vez luego de ciento veinte horas. Estallé en un llanto único, jamás había sentido algo así.

Toda la vida pensé que las medidas de 100 x 35 que describen a mi país eran ciertas. El huracán María, sumado a mi ingreso a los puertorriqueños de la diáspora, me hizo entender que todo el tiempo eso ha sido una mentira. Puerto Rico es mucho más grande que cien por treinta y cinco.

Lo descubrí en mi viaje hacia un centro de acopio en Tampa, en las llamadas a los Congresistas para que nos eximieran de las leyes de cabotaje, en la recolección de fondos en mi universidad, en los mensajes de texto de muchos puertorriqueños que vivimos fuera, en las lágrimas, en las banderas, en las protestas en Nueva York, en los artistas que pusieron pausa a sus giras para llegar a la Isla.

Si queda alguna duda de lo gigante que es nuestro país, de lo fuerte que es Puerto Rico, arranquémosla de nuestra mente de una vez y por todas. Aunque cuando miramos el globo terráqueo, nuestro terruño casi no se ve, recordemos que los cartógrafos no trazan en un mapa el tamaño de nuestro corazón.

Desde adentro y desde afuera, Puerto Rico se levantará.

Sígueme en Twitter.