Un chorro de vagos…
Pollito, chicken; gallina, hen; lápiz, pencil; y pluma, pen. Si hubiéramos cobrado un dólar por cada ocasión en que repetimos durante nuestra niñez esta famosa cancioncita, probablemente nuestra economía personal sería mucho más abundante. Lamentablemente, este no fue el caso. Todas las mañanas escuchamos el sonido estridente de la alarma para levantarnos y preparar el desayuno. Diariamente tenemos que acomodar nuestro carro en el tapón matutino junto a muchos otros puertorriqueños que también van de camino a la escuela, la universidad o el trabajo. Después de un largo y agotador día, tenemos que soportar más tráfico para llegar a nuestros hogares, mientras nos azota la desesperación de por fin descansar. En definitiva, los puertorriqueños “nos ganamos las habichuelas”. Día a día, damos lo mejor de nosotros para generar nuestro sustento. Sin embargo, cuando en el fin de semana tenemos la oportunidad de sentarnos tranquilamente a filosofar sobre la política y los problemas sociales, no es extraño que escuchemos de la boca de alguien la letal generalización: “el problema es que los puertorriqueños somos unos vagos”.
Esta expresión evidencia una gran contradicción. Mientras con cuestionable intención culpamos a los boricuas de vagos, nos sentimos orgullosos compartiendo, en las redes sociales noticias que demuestran los logros que, con esfuerzo, nuestros puertorriqueños alcanzan fuera de la isla. Mientras señalamos el poco deseo de trabajo de nuestros compatriotas, leemos que la fila para solicitar empleo en “x” o “y” restaurante sobrepasaba las 1000 personas, cuando solo existían 50 plazas. Al mismo tiempo que criticamos la vagancia nativa, lanzamos una queja desesperada de que nos están buscando de otros países porque aquí no hay trabajo. Con esta ironía, los puertorriqueños debemos tener precaución de no materializar un fenómeno de la Psicología llamado profecía autorrealizable.
Este concepto postula que las expectativas que se tienen sobre alguien, pueden promover acciones para cumplir con las mismas. Por ejemplo, un estudiante que sabe que se espera un mejor desempeño de él, pudiera tener mejores calificaciones. De igual manera, si se espera que un boricua sea vago, podría llevar a cabo acciones que confirmen esta expectativa. Por lo tanto, recae en nuestros hombros la responsabilidad de evitar que este mensaje se siga propagando.
Cada vez que escuchemos que alguien se expresa sobre nosotros como “un chorro de vagos”, recordemos cómo nuestro corazón bombea más sangre al oír sonar La Borinqueña en unas Olimpiadas. En cada ocasión en que alguien se refiera a nosotros como religiosos seguidores de la filosofía de la hamaca, recordemos que siendo una islita de 100×35, somos reconocidos en cada rincón del mundo por nuestros artistas, deportes y logros académicos. Evitemos que, con nuestras palabras, repitamos una mentira mil veces, y termine convirtiéndose en verdad. Antes bien, sigamos demostrando con nuestras acciones la tiranía de esta mentira.
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